sábado, 7 de agosto de 2021

 EL LIBERALISMO: FÁBRICA DE MONDONGO

(Réplica al artículo de Eduardo Marty en Infobae)

Por Cristián Rodrigo Iturralde

 

Hace pocos días, más precisamente el 31 de julio, Infobae publicaba una nota titulada «La Iglesia Católica: fábrica de pobres de América Latina» , escrita por un tal Eduardo Marty, que según las pocas referencias que pudimos recabar, es economista y “presidente” de una de las tantas fundaciones liberales que tienen el mérito de reunir tres personas en una misma tenida cuando prometen un festín de parripollo. 

El autor, como los de su especie, parecería pertenecer a aquella tercera generación de familias burguesas -tan propias de los marxistas- de las que hablaba Thomas Mann, que se retira hacia una suerte de trastorno estético, esto es, a ensayar poses letradas con pretensiones de rebeldía adolescente sin caer en cuenta que en realidad son más ordinarios que yogurt de mondongo. Es decir, cumplen con las normas APA, pronuncian las “eses” y viven en Recoleta o New York pero razonan como haplorrinos en vías de desarrollo.

Naturalmente, por liberalismo o mondongo no entendemos aquí al primigenio de Edmund Burke –eminentemente conservador- sino al engendro liberal estadounidense y socialdemócrata europeo o al libertarismo progre cuyo laissez faire  permite que pueda usted vender a sus padres o sus órganos si acaso se cansó de ellos y le viene bien algunos pesos extra para cambiar la heladera. Pero estimo que ya todos conocen a estos lastres que fungen de pensadores, cuya hagiografía encabeza Gloria Álvarez, de manera tal que iré directo al meollo del asunto (por lo demás, la libertaria guatemalteca fue bien refutada en sus ideas por un liberal-conservador serio como es Agustín Laje).

¿Qué nos dice pues Marty en su notícula? Básicamente, sostiene que la causa de la pobreza en Iberoamérica es fruto de la filosofía y moral católica y de su concepción aristotélico-tomista de “bien común”. Esta tesis pretende ser probada en 13 puntos, utilizando como disparador distintas citas apostólicas, pontificias, bíblicas, etc., a partir de cuales desarrolla su “explicación”. 

Al mondongo no puede uno pedirle seso ni pedirle que sirva para mucho más que embutido de lugares comunes o guiso de desaguisados, de manera tal que me detendré en los apartados que considero más hilarantes, respondiendo a un nivel mortadela, es decir, inteligible a todos.

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Algunas consideraciones previas. Comencemos diciendo que la desigualdad, la pobreza o indigencia (compatibles con un gran progreso económico y un notable desarrollo científico- tecnológico) fueron incrementándose en directa proporción a la pérdida de influencia de la Iglesia Católica en la sociedad y en las instituciones; proceso alentado por las incesantes campañas de laicismo anticristiano orquestadas justamente por la progenie de Marty. En cambio dicho progreso se hizo más equitativo al encausar el capitalismo según principios y normas de la moral católica. Un claro ejemplo es el de la Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuyo “milagro” está íntimamente ligado a la Economía Social de Mercado, apoyada por el católico Konrad Adenauer. Cabría mencionar también que la Argentina que alberga el XXXII Congreso Eucarístico Internacional de 1934 (a pesar del liberalismo iluminista de la segunda mitad del siglo XIX) y el Paraguay católico de mediados del siglo XIX se ubicaban entre las naciones industrializadas y, en nuestro caso, con grandes posibilidades de convertirnos en una potencia, al menos regional. No se puede olvidar la influencia que tuvieron en ese crecimiento económico católicos de diversas tendencias políticas como José María Roxas y Patrón, Mariano Fragueiro, Juan Bautista Alberdi, Félix Frías, Nicolás Avellaneda, Emilio Lamarca, Alejandro Bunge, entre otros.  Luego, deberíamos preguntarle a nuestro objetor por qué la prosperidad no ha pisado jamás las colonias británicas en África o en ciertas regiones americanas - caso Belice o el conjunto de islas centroamericanas-. Por lo demás, llama la atención que Marty nada diga acerca de los aportes de la católica Escuela de Salamanca a la economía moderna, tal como fueran señalados por economistas de renombre como Joseph A. Schumpeter u Oreste Popescu

De manera tal que la correlación que se pretende establecer entre pobreza y religión católica es de un reduccionismo choripanesco. 

Haga mejor las cuentas, amigo.

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Marty prueba su tesis... Nuestro referenciado comienza citando a San Lucas (6:20) y a San Mateo (5:3-11), lamentándose que “la pobreza está en el centro del Evangelio” y reflexionando lo siguiente: “Si se elogia al pobre, ¿es de extrañar que en estas tierras abunden favelas y villas miseria?”.

Primero, lo evidente a todos menos para el sujeto de marras: por “pobreza” como virtud entiende la Iglesia la pobreza de espíritu, es decir el desprendimiento de los bienes materiales y el uso responsable de los mismos (no su carencia), a la par que denuncia como injustas la miseria material y las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa (cf CA 57).  Luego, es falso que se elogie o idealice al pobre o a la condición de pobreza material en sí mismas consideradas, salvo la pobreza voluntaria por razones espirituales (como la que es propia de la vida consagrada). Tanto Cristo como su Iglesia, en su infinita misericordia, manda a los cristianos a ser justos con todos y en especial con los más necesitados, esto es, aquellos en situación de vulnerabilidad económica. Jesucristo y su Iglesia Católica exigen para la vida virtuosa, la santidad y la salvación del alma tanto la fe como la práctica de obras de caridad, pero también de la justicia (en este sentido, tal vez debamos perdonar el equívoco a Marty, dado que en el Diccionario Libertario no existen entradas para las palabras “amor”, “solidaridad” y “caridad”). Al hacer estos juicios nos estamos basando en la Doctrina Social de la Iglesia, no en corrientes incompatibles con ella como las Teologías de la Liberación de corte marxista o ciertas ideas de la llamada Teología del Pueblo.

A renglón seguido, Marty se rasga las vestiduras ante citas como las siguientes: “No a un dinero que gobierna”,  “El dinero es el estiércol del diablo”, “los hombres deben mandar al capital y no el capital a los hombres”, concluyendo que este tipo de postulados desalentarían el comercio y el ahorro, llevando a los políticos a “malgastar” el dinero en los necesitados. 

En primer término, debo decir que lamento que no vendan en Mercado Libre almas o corazones, porque indudablemente, nuestro amigo los necesita. El dinero debe estar al servicio del hombre y del bien común, lo cual es, además de humano, lógico. Lo creado por el hombre debe ser utilizado en su beneficio (que los políticos utilicen la pobreza y los recursos a efectos clientelistas, corresponde a otra discusión). Por otro lado, resulta evidente que Marty toma las citas que cree más convenientes a su tesis, despojándolas del contexto en cual fueron proferidas, constituyéndose así en un caso evidente de deshonestidad intelectual. Por último, digamos en relación a este asunto, que la existencia de potentados empresarios católicos ligados íntimamente a la Iglesia Católica deja sin argumentos la sesgada interpretación del frágil exégeta. No he conocido un solo católico adinerado que haya sido reprendido o rechazado por la Iglesia por haber generado ingresos materiales de modo lícito. Basta recordar nombres de empresarios católicos y exitosos (extranjeros o argentinos) como León Harmel, Julio Steverlynck, Paul Hary o Enrique Shaw para desmentir esos prejuicios.

Marty entra en pánico con el evangelio de Mateo: “Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Bien, para tranquilidad de nuestro atendido, conviene aclarar que Cristo jamás condenó la riqueza ni los bienes en sí mismos. Su condena se dirige a aquellos cuyo único interés en la vida es hacer dinero a cualquier costo (sin importar a quién se perjudique), a quienes no reparan en el sufrimiento ajeno o a los que centran sus vidas sólo en los bienes materiales. De allí la distinción que hiciera un pensador católico y tradicionalista como Don Ramiro de Maeztu entre un “sentido sensual del dinero” (vicioso) y un “sentido reverencial del dinero” (virtuoso). De hecho, basta con leer los Evangelios para descubrir que José de Arimatea, amigo de Jesús, era un hombre rico.

En relación a la crítica prodigada al papa Francisco cuando dice que: “La propiedad privada es un derecho de segundo orden”, cabría distinguir (distinguir: “capacidad propia de no amebas”) una o dos cosas. Primero, que el pontífice no es infalible cuando realiza juicios técnico-prudenciales en materia política/económica/social; que lo dicho corresponde, sin embargo a una enseñanza moral pero expresada de modo ambiguo por el Papa; que la Iglesia Católica ha tenido más de 250 pontífices y que siempre, a través de ellos y del magisterio bimilenario de la Iglesia, se ha defendido la propiedad privada como derecho fundamental. Lo correcto es decir, como lo explica alguien tan alejado del socialismo o del colectivismo como Gabriel Zanotti (referente de la Escuela Austríaca de Economía en la Argentina) lo siguiente: “Según la concepción cristiana, Dios ha dado los bienes de la Creación en común al género humano para que éste los utilice para beneficio de todos los hombres. Tal cosa es lo que en terminología neotomista se denomina derecho natural primario. Y es después, en una deducción posterior, cuando se razona de este modo: ¿cuál es la manera en la cual más eficientemente se cumple el precepto del destino común de los bienes? ¿de qué modo organizar la propiedad de los mismos para que ésta beneficie máximamente a todos los hombres? Y es entonces cuando se responde: con el régimen de propiedad privada de los bienes de consumo y de producción; y así la propiedad aparece como un derecho natural secundario (significando “secundario” que se ha llegado a él en una deducción posterior; no significa “sin importancia”). Allí está justamente su “función social” “. Y es en función de ese destino universal de todos los bienes que el derecho natural a la propiedad privada, incluso de los medios de producción, tiene límites. Lo reconoce hasta el mismo Hayek al explicar cómo respecto de ciertos bienes (salud pública, educación, medio ambiente, etc), cuando transitoriamente el mercado no puede brindarlos, es lícito que actúe subsidiariamente el municipio o una entidad regional infra-política, siempre que eso esté aprobado por la legislatura, no se financie con expansión monetaria e impuestos progresivos ni se los provea de forma monopólica. 

Sigamos, porque la ensalada martyana no tiene desperdicio. Nos dice el autor: 

 “Debemos influenciar la vida social y nacional; inmiscuirnos en política, buscar el bien común”. Si aceptamos estas tesis, ¿será extraño el deseo de imponer aun por la fuerza o la coerción nuestra religión, nuestros puntos de vista o el modelo de sociedad ideal que pregonamos? ¿Acaso disidentes y herejes tendrán cabida en dichos contextos? ¿O correrán la suerte de Copérnico y Galileo, ambos condenados o la de los perseguidos por la Inquisición? ¿Se relaciona esto con la evidente tolerancia y acercamiento de la Iglesia hacia lideres autoritarios y populistas? (Mussolini, Franco, Perón, los hermanos Castro, Chávez, Maduro).

Evidentemente, para Marty, el hecho que la Iglesia pretenda “buscar el bien común” e “influenciar en la vida social y nacional”, traería como resultado una suerte de marcha sobre Versalles, pero en versión fachoclub, liderada por Torquemada y Chávez. WTF…   Acto seguido, se retuerce cuando escucha lo siguiente: “La avaricia empresarial y capitalista por parte de los empresarios lleva al abuso y explotación del trabajador”. A efectos de ahorrarle la cansina labor googlistica, le respondemos que la Iglesia católica condena TODA injusticia, provenga de quien provenga, rico, pobre, caucásico, mulato o azul. Y en todo caso condena el liberalismo individualista e iluminista, no el capitalismo, la libre iniciativa, la empresa ni el sano afán de lucro. ¿Se olvida Marty que las primeras manifestaciones de la economía de mercado moderna surgieron en las católicas repúblicas del Norte de Italia o que  regiones y naciones también de origen católico como Baviera, Austria, Bélgica, Francia, Italia o España pertenecen al mundo desarrollado?

Para ir dando cierre ya al mondongo “austríaco”, nuestro amigo se transforma súbitamente en Linda Blair cuando lee lo siguiente: “El capitalismo conlleva el germen de una sociedad materialista, egoísta y avariciosa”. Aquí queda demostrada las limitaciones cognitivas de Marty o, lo que sería más grave, su malevolencia. La forma de capitalismo condenada por la Iglesia Católica es la versión deformada de éste, la vocación por hacer dinero a cualquier costo, que entiende al dinero como un fin y no un medio (consúltese a estos efectos la eudaimonia aristotélica y los fines últimos del ser humano. El de Estagira no era católico, así que Marty puede quedarse tranquilo). ¿Qué nos dice acaso San Juan Pablo II sobre este tema?: “Si por capitalismo se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta es ciertamente positiva”  (reflexión hecha ante la pregunta de si el capitalismo podría ser un modelo moralmente lícito para los países del tercer mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil). 

Por último –esta vez sí-, se queja de que los derechos sociales pretenden preminencia sobre los llamados derechos individuales. En este apartado podríamos estar de acuerdo en -algunos casos- con Marty –pues desde aquí rechazamos al populismo socialista-, pero sorprende no obstante que no considere el derecho individual más fundamental de todos que es el del “derecho a la vida” en tanto  fundamento de derechos sociales como el trabajo, el salario justo, las condiciones dignas de labor, etc. Desconoce también Marty que estos derechos no están necesariamente relacionados con el Estado Providencia o lo que Hilaire Belloc llamaba el Estado Servil, sino con el principio de subsidiariedad ya comentado.

 ¡Qué menjunje de mondongo tiene en la cabeza Marty! Tal vez, en lo sucesivo, para evitar futuros descréditos –ridículos- deba acudir a pensadores austríacos sensatos como Thomas Woods (de paso, conocerá cómo la Iglesia Católica construyó la civilización Occidental) o al propio Diego de Covarrubias y Leyva y la ya nombrada Escuela de Salamanca (no lo mando a leer al Aquinate, porque se prende fuego Eduardo y no tengo aquí el teléfono de un exorcista a mano y el Padre Gabriele Amorth se nos murió hace ya unos años). Podrá ver allí que la Iglesia siempre buscó –y busca-, incentivó e incentiva, la superación tanto material como espiritual del ser humano, brindando consuelo a todos los hombres de la tierra -cualquiera sea su condición social o económica- y las herramientas para poder progresar en todos los ámbitos.  

Eduardo querido, aflojále al mondongo. Un poco de cultura, sensatez y coherencia. ¿Será mucho pedir?


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NOTA: Agradezco a Fernando Romero Moreno por todos sus vitales aportes, que han permitido mejorar sustancialmente esta nota.


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