sábado, 7 de agosto de 2021

 EL LIBERALISMO: FÁBRICA DE MONDONGO

(Réplica al artículo de Eduardo Marty en Infobae)

Por Cristián Rodrigo Iturralde

 

Hace pocos días, más precisamente el 31 de julio, Infobae publicaba una nota titulada «La Iglesia Católica: fábrica de pobres de América Latina» , escrita por un tal Eduardo Marty, que según las pocas referencias que pudimos recabar, es economista y “presidente” de una de las tantas fundaciones liberales que tienen el mérito de reunir tres personas en una misma tenida cuando prometen un festín de parripollo. 

El autor, como los de su especie, parecería pertenecer a aquella tercera generación de familias burguesas -tan propias de los marxistas- de las que hablaba Thomas Mann, que se retira hacia una suerte de trastorno estético, esto es, a ensayar poses letradas con pretensiones de rebeldía adolescente sin caer en cuenta que en realidad son más ordinarios que yogurt de mondongo. Es decir, cumplen con las normas APA, pronuncian las “eses” y viven en Recoleta o New York pero razonan como haplorrinos en vías de desarrollo.

Naturalmente, por liberalismo o mondongo no entendemos aquí al primigenio de Edmund Burke –eminentemente conservador- sino al engendro liberal estadounidense y socialdemócrata europeo o al libertarismo progre cuyo laissez faire  permite que pueda usted vender a sus padres o sus órganos si acaso se cansó de ellos y le viene bien algunos pesos extra para cambiar la heladera. Pero estimo que ya todos conocen a estos lastres que fungen de pensadores, cuya hagiografía encabeza Gloria Álvarez, de manera tal que iré directo al meollo del asunto (por lo demás, la libertaria guatemalteca fue bien refutada en sus ideas por un liberal-conservador serio como es Agustín Laje).

¿Qué nos dice pues Marty en su notícula? Básicamente, sostiene que la causa de la pobreza en Iberoamérica es fruto de la filosofía y moral católica y de su concepción aristotélico-tomista de “bien común”. Esta tesis pretende ser probada en 13 puntos, utilizando como disparador distintas citas apostólicas, pontificias, bíblicas, etc., a partir de cuales desarrolla su “explicación”. 

Al mondongo no puede uno pedirle seso ni pedirle que sirva para mucho más que embutido de lugares comunes o guiso de desaguisados, de manera tal que me detendré en los apartados que considero más hilarantes, respondiendo a un nivel mortadela, es decir, inteligible a todos.

***

Algunas consideraciones previas. Comencemos diciendo que la desigualdad, la pobreza o indigencia (compatibles con un gran progreso económico y un notable desarrollo científico- tecnológico) fueron incrementándose en directa proporción a la pérdida de influencia de la Iglesia Católica en la sociedad y en las instituciones; proceso alentado por las incesantes campañas de laicismo anticristiano orquestadas justamente por la progenie de Marty. En cambio dicho progreso se hizo más equitativo al encausar el capitalismo según principios y normas de la moral católica. Un claro ejemplo es el de la Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuyo “milagro” está íntimamente ligado a la Economía Social de Mercado, apoyada por el católico Konrad Adenauer. Cabría mencionar también que la Argentina que alberga el XXXII Congreso Eucarístico Internacional de 1934 (a pesar del liberalismo iluminista de la segunda mitad del siglo XIX) y el Paraguay católico de mediados del siglo XIX se ubicaban entre las naciones industrializadas y, en nuestro caso, con grandes posibilidades de convertirnos en una potencia, al menos regional. No se puede olvidar la influencia que tuvieron en ese crecimiento económico católicos de diversas tendencias políticas como José María Roxas y Patrón, Mariano Fragueiro, Juan Bautista Alberdi, Félix Frías, Nicolás Avellaneda, Emilio Lamarca, Alejandro Bunge, entre otros.  Luego, deberíamos preguntarle a nuestro objetor por qué la prosperidad no ha pisado jamás las colonias británicas en África o en ciertas regiones americanas - caso Belice o el conjunto de islas centroamericanas-. Por lo demás, llama la atención que Marty nada diga acerca de los aportes de la católica Escuela de Salamanca a la economía moderna, tal como fueran señalados por economistas de renombre como Joseph A. Schumpeter u Oreste Popescu

De manera tal que la correlación que se pretende establecer entre pobreza y religión católica es de un reduccionismo choripanesco. 

Haga mejor las cuentas, amigo.

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Marty prueba su tesis... Nuestro referenciado comienza citando a San Lucas (6:20) y a San Mateo (5:3-11), lamentándose que “la pobreza está en el centro del Evangelio” y reflexionando lo siguiente: “Si se elogia al pobre, ¿es de extrañar que en estas tierras abunden favelas y villas miseria?”.

Primero, lo evidente a todos menos para el sujeto de marras: por “pobreza” como virtud entiende la Iglesia la pobreza de espíritu, es decir el desprendimiento de los bienes materiales y el uso responsable de los mismos (no su carencia), a la par que denuncia como injustas la miseria material y las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa (cf CA 57).  Luego, es falso que se elogie o idealice al pobre o a la condición de pobreza material en sí mismas consideradas, salvo la pobreza voluntaria por razones espirituales (como la que es propia de la vida consagrada). Tanto Cristo como su Iglesia, en su infinita misericordia, manda a los cristianos a ser justos con todos y en especial con los más necesitados, esto es, aquellos en situación de vulnerabilidad económica. Jesucristo y su Iglesia Católica exigen para la vida virtuosa, la santidad y la salvación del alma tanto la fe como la práctica de obras de caridad, pero también de la justicia (en este sentido, tal vez debamos perdonar el equívoco a Marty, dado que en el Diccionario Libertario no existen entradas para las palabras “amor”, “solidaridad” y “caridad”). Al hacer estos juicios nos estamos basando en la Doctrina Social de la Iglesia, no en corrientes incompatibles con ella como las Teologías de la Liberación de corte marxista o ciertas ideas de la llamada Teología del Pueblo.

A renglón seguido, Marty se rasga las vestiduras ante citas como las siguientes: “No a un dinero que gobierna”,  “El dinero es el estiércol del diablo”, “los hombres deben mandar al capital y no el capital a los hombres”, concluyendo que este tipo de postulados desalentarían el comercio y el ahorro, llevando a los políticos a “malgastar” el dinero en los necesitados. 

En primer término, debo decir que lamento que no vendan en Mercado Libre almas o corazones, porque indudablemente, nuestro amigo los necesita. El dinero debe estar al servicio del hombre y del bien común, lo cual es, además de humano, lógico. Lo creado por el hombre debe ser utilizado en su beneficio (que los políticos utilicen la pobreza y los recursos a efectos clientelistas, corresponde a otra discusión). Por otro lado, resulta evidente que Marty toma las citas que cree más convenientes a su tesis, despojándolas del contexto en cual fueron proferidas, constituyéndose así en un caso evidente de deshonestidad intelectual. Por último, digamos en relación a este asunto, que la existencia de potentados empresarios católicos ligados íntimamente a la Iglesia Católica deja sin argumentos la sesgada interpretación del frágil exégeta. No he conocido un solo católico adinerado que haya sido reprendido o rechazado por la Iglesia por haber generado ingresos materiales de modo lícito. Basta recordar nombres de empresarios católicos y exitosos (extranjeros o argentinos) como León Harmel, Julio Steverlynck, Paul Hary o Enrique Shaw para desmentir esos prejuicios.

miércoles, 21 de abril de 2021

 GLORIA ÁLVAREZ, ANTONELLA MARTY Y  EL T-800 (NUESTRO AGRADECIMIENTO)

(A propósito de la nota publicada por Marty en Infobae)


Por Cristián Rodrigo Iturralde


            Siempre me han dicho mis padres que reconocer los errores propios y pedir disculpas es un acto de hombría y responsabilidad que indudablemente nos enriquece como seres humanos. Sí, es cierto que no siempre es sencillo llevar tal enseñanza a la práctica, pero por algún motivo que desconozco hoy me desperté en modo zen e introspectivo -desprendiéndome de las ataduras fachotestamentarias- y comencé a pergeñar un proceso de honda autocrítica que me ha llevado a este momento decisivo, donde reconozco ante mis hermanos que he cometido la imprudencia e injusticia de haber prejuzgado gratuitamente a la destinataria de esta notícula. 

      Ergo, nobleza obliga, ofrezco públicamente las disculpas del caso, pasando seguidamente a agradecer el enorme servicio prestado al conservadurismo y al patriotismo por doña Antonella Marty, siguiendo aquí los pasos de su insigne mentora Gloria Álvarez. Incluso iría más lejos. Como están las cosas, me animaría a decir que están a dos minutos de ponerse la remera de Ricardo Corazón de León o de Edmund Burke. 

       Tal vez la explicación a tal impensado fenómeno podamos encontrarla en lo que popularmente se conoce como «síndrome de Helsinki o Estocolmo», es decir, en la reacción psicológica que se produce en ciertas víctimas de abusos, identificándose afectivamente con el propio agresor. Resulta factible que las palizas intelectuales públicas recibidas por la dupla fantástica de parte del patriarcado hetero-normativo (o, en buen romance randiano, del fascioniponazifalangismo) haya terminado por generarles a nivel consciente o inconsciente cierta simpatía por sus victimarios. 

      Esto es una explicación viable, aunque no la única. Otra posibilidad es que haciendo caso al refranero hayan decidido unirse voluntariamente con aquellos que no pueden vencer, para así -a lo menos de rebote- poder sopapear a algun arbusto. Sin embargo, me inclino particularmente por una tercera teoría mucho más sencilla y cara a la vanidad de nuestras contertulias, que asegura que su defensa del conservadurismo es completamente involuntaria y se debe a una clara deficiencia cognitiva; lo que en buen criollo significa que no les da la cabeza.  

       Remito, por caso, al artículo publicado por la mentada autora en el diario Infobae el día de hoy bajo el título «Los peligros del nacionalpopulismo» (Cfr. https://www.infobae.com/opinion/2021/04/20/los-peligros-del-nacionalpopulismo/), que analizaremos líneas más adelante, finalizando este breve prefacio. 

jueves, 26 de noviembre de 2020

LA CRISIS OCCIDENTAL ANUNCIADA

 LA CRISIS OCCIDENTAL ANUNCIADA 

Por Cristian Rodrigo Iturralde


¨Una civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha
destruido a sí misma desde dentro¨

                                     Will Durant


Spengler y Toynbee frente a la Modernidad

        En 1918 se publicaba la primera entrega de ¨La decadencia de Occidente¨ de Oswald Spengler, libro epigonal tanto de la filosofía política como de la filosofía de la historia, donde se planteaba por primera vez la tesis de que la civilización occidental había ingresado en una fase de inexorable declive y que se encontraba pronta a su desaparición. Seguido a un minucioso análisis de las culturas históricas más preponderantes y su derrotero, sostiene el autor que éstas, cual seres vivos y orgánicos, pasan indefectiblemente por un ciclo vital compuesto de cuatro etapas, a saber: Juventud, Crecimiento, Florecimiento y Decadencia. Según el esquema o método spengleriano (que denominó ¨morfología comparativa de las culturas¨), cada uno de estos estadios era reconocible por una serie de rasgos distintivos que se manifestaban en todas las culturas por igual, de modo que era posible vaticinar cuando éstas se encontraban en su fase final.

        Es decir, rompe Spengler con la concepción lineal de la historia sostenida por el positivismo, pero sobre todo con su dogma del ¨progreso indefinido¨, esto es, con la creencia de que a medida que se avanza en el tiempo, las personas y las sociedades progresan indefectiblemente hacia algo mejor. El alemán, en cambio, advierte que la historia es en realidad cíclica y que el declive de una cultura parte del momento en que ésta comienza a ignorar o rechazar indistintamente lo pretérito (que tiene como caduco u obsoleto), y con esto su propia historia y valores nodales.
        Advirtiendo la vital importancia de los valores, estructura y vitalidad cristiana en la historia occidental, portadora y trasmisora de lo mejor del legado grecorromano, sostiene que el periodo de florecimiento de una cultura coincide con la centralidad de los ideales ético religiosos. Lo cual, en lógica inversa a su esquema morfológico, le hace concluir que el envejecimiento o decadencia de una cultura van de la mano de la desacralización.

        La evidencia empírica sustentaba tal tesis, donde tal vez el caso mas notorio sea la etapa imperial de los romanos, donde las causas de su decadencia y caída no deben buscarse en motivos exógenos, en lo meramente fenomenológico (como las invasiones germánicas) sino en el estado de corrupción moral, espiritual y cultural en que se encontraba sumido, que ni siquiera la conversión de Constantino pudo revertir. Era aquella una Roma que había perdido el sentido de lo trascendente y de lo perenne, olvidando sus orígenes y misión histórica y, por tanto, su identidad, lo cual narran y describen con meridiana claridad el poeta Horacio y el santo Agustín de Hipona. La ciencia de la filosofía de la historia confirma a ésta, la desacralización, como el causal primordial en las caídas de las civilizaciones más relevantes. Dicho de modo sencillo y con una analogía, la enseñanza de la experiencia histórica es la siguiente: así como el ser humano precisa en su organismo de los anticuerpos para rechazar y/o combatir las enfermedades, lo no deseable, lo mismo sucede en una cultura (entendida como estructura orgánica). Una cultura que ha perdido su identidad y esencia, su ser y acontecer histórico, terminará indefectiblemente por desaparecer, implosionar o ser presa fácil de la barbarie (de hecho, son las tribus bárbaras las que invaden y conquistan Roma). Por eso dice bien el filósofo Will Durant que ¨una civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a si misma desde dentro¨.
        Ahora bien, ¿qué había observado el conservador alemán para anunciar entonces la decadencia de Occidente? Vaticina primero que los ideales centenarios de la civilización europea no sobrevivirían inalterados tras la Primera Guerra Mundial, vencido ya el ultimo bastión de la civilización occidental que era el imperio austrohúngaro. Detecta una clara desmoralización, incapacidad y hasta defección de las elites europeas en su misión histórica (lo que llevará al escritor ruso Máximo Gorki a decir en 1917 que Europa se había suicidado). Paralelamente, ve con preocupación el auge de las masas o, mejor dicho, al hombre masificado, a aquel ¨hombre masa¨ del que luego hablará Ortega y Gasset; un hombre fácilmente manipulable, acrítico, sin raíces ni filiación, amante de las novedades y solo ocupado en el progreso material. ¨Unas masas¨, escribe, ¨que odian las buenas maneras, cualquier distinción de rango, el orden que proporciona la propiedad, la disciplina del conocimiento¨; una Europa que, al decir de Gasset, caería inevitablemente en la ¨inercia moral, la esterelidad intelectual y en la barbarie omnímoda¨.  
        Otrora enraizada en lo trascendente, lo espiritual, lo no humano y en lo mejor de los ideales clásicos de los antiguos, había alcanzado aquel ¨símbolo máximo¨ que representaba lo arquetípico y el leitmotiv occidental; aquella ansia por lo infinito -manifestada en sus gloriosas catedrales góticas-, aquel afán conquistador y civilizador de quien se sabía superior, aquel esfuerzo total aun por las cosas a priori inalcanzables pero deseables, que veía el triunfo en el andar constante por un camino recto, independientemente del desenlace final o de la utilidad práctica. En pocas palabras, esta otrora gloriosa civilización occidental ha perdido el sentido de finalidad metafísica, sujeto ahora a los dictámenes de la ¨razón instrumental¨ comteana, donde la ética es reemplazada por lo utilitario. Esta nueva Europa había abrazado ahora la inmanencia, lo tangible, lo meramente utilitario, cultivando la debilidad y la autonegación, y abrazaba una plutocracia regida por burócratas y tecnócratas, creando aquella sociedad de ¨estómagos llenos y almas vacías¨ de la que hablaba Aldous Huxley en 1923, que no tiene la capacidad ni el deseo por pensar o reflexionar sobre las cuestiones verdaderamente urgentes y trascendentes.

        Se ha sucumbido sin resistencia ante un igualitarismo enajenante -dominado por la numerolatría o ¨cuantofrenia¨, al decir de Pitirim Sorokin-, al nomadismo, la tecnolatría y la masificación o standardización, adoptando el pacifismo anticastrense, el hedonismo dionisiaco y el relativismo. Esa Europa referente y civilizadora ya no existe porque ha perdido sus raíces, puesto que como apunta don Faustino Menéndez: “el pueblo que no conoce su pasado, que ignora las vías por donde llegó a estar donde está y a ser lo que es, queda a merced del que quiera mostrarle una historia falsificada con fines sectarios. La instalación en la historia es la más sólida base del hombre, porque condiciona todas las estructuras que le sitúan en la sociedad. Cuando la pierde, queda sin raíces, privado de elementos de juicio y de elección”.
        El mentado desarraigo constituye para Spengler el signo más evidente de la afirmación de la Modernidad en el mundo occidental; modernidad ésta a la que el reputado filosofo germano-norteamericano Eric Voegelin llama ¨la perversión del inmanentismo¨, que lo que busca en última instancia, mas allá de cualquier eufemismo o declamada pretensión altruista, es la cancelación de la era cristiana para entrar en la era posteristiana (¨The new science of Politics¨).
        El gran historiador de las ideas Arnold Toynbee compartió entonces, al menos en alguna medida, tal diagnostico situacional, aunque, menos fatalista que Spengler, lo que vaticinaba no era la desintegración total de nuestra civilización sino mas bien un declive, una decadencia que podría ser reversible, puesto que toda cultura superior (estudió mas de 24 civilizaciones) debió afrontar en algún momento de su historia situaciones similares que supo sortear, y es justamente esa capacidad de reacción, superación, reinvención, (que denomina «challenge-and-response»; reto y respuesta) lo que distingue a una cultura vital de una moribunda. Es decir, son los repetidos retos y respuestas los que constituyen los ascensos y descensos en la vida de las sociedades (leer su ¨la civilización puesta a prueba¨), y ofrece aquí el caso de la Iglesia católica cuando resolvió el caos de la Europa post-romana mediante la adscripción de los nuevos reinos germánicos en una sola comunidad religiosa. Pero solo puede responder con éxito al desafío aquella cultura que cuente con minorías esclarecidas, que el autor llama ¨creativas¨, que  deben ser capaces de imponer su concepción sobre la mayoría pasiva e infecunda; que éstas acepten e imiten su pensamiento y su acción (el inglés llama a este proceso ¨mimesis¨). Si esto no sucede, la cultura muere, siendo absorbida por un ente universal.

         La mentada decadencia, según este filósofo, se manifiesta a través del estancamiento cultural. Indudablemente, para una civilización milenaria como la occidental que ha venido progresando cualitativamente y sin pausa desde los griegos, un ¨estancamiento¨ ha de interpretarse como ¨decadencia¨, pues ha dejado de dar aquello que antes le era connatural. El declive esta civilización se da luego de una fase que denomina ¨de los Estados Parroquiales¨, donde se produce una lucha fraticida entre las distintas naciones que forman esa civilización  (como las Guerras del Peloponeso en la Grecia Clásica), y en el caso de Occidente, con la Primera y la Segunda Guerra Mundial. El fin de este periodo de luchas entre estados termina con la formación de un llamado ¨Estado Universal¨ que inaugura un periodo de paz y estabilidad, pero que inequívocamente, para Toynbee, anuncia el comienzo del fin de esa civilización. El tiempo dio la razón al filósofo inglés, lo cual queda claro con la trascendencia que han adquirido organismos internacionales como la ONU o las formaciones de bloques continentales (como la Unión Europea), avasallando no solo la soberanía y derecho de autodeterminación de las naciones sino bregando por la instauración de un orden totalmente contrario a su propia tradición occidental. Por eso acierta Toynbee al afirmar que las sociedades, las civilizaciones, casi siempre mueren por suicidio.
        Lo que en aquel entonces ningún filósofo de la historia pudo preveer era que esta implosión, esta automutilación, comenzaría con el proceso de homogenización contracultural universal orquestada por un marxismo reconfigurado con fines de dominación mundial. Resulta asimismo singularmente interesante su advertencia sobre que a efectos de conservar y/o recuperar la doliente civilización, debe evitarse una nueva fase ¨metafisica¨ o lo que llama ¨Iglesia Universal¨, puesto que ésta traerá aparejado inevitablemente unas creencias que colisionarán con la fundacional de aquella, terminando por destruirla (hoy tenemos al new age, al naturalismo y al derechohumanismo sustituyendo al cristianismo). Al perderse la unidad de la civilización por lo que llama ¨cismas de la sociedad y del alma¨, esta queda permeable a la influencia de la barbarie, ocasionando ahora sí su desintegración total.  
        Lo que nos interesa advertir de estos y otros filósofos de comienzos del siglo XX, es que señalaban, primero, la existencia de una crisis occidental cuasi terminal, y luego que el carácter de ésta era eminentemente cultural. Lo que no podían identificar con precisión en ese entonces, empero, es quién iba a materializar, aprovechar aquella coyuntura, porque si bien el marxismo era una realidad y un claro peligro y enemigo de Occidente, sus implicaciones eran más bien políticas y/o geopolíticas. La izquierda cultural se encontraba aun en pleno desarrollo en los laboratorios sociales de Frankfurt, logrando cierta visibilidad en los años 40 y 50, y explotando definitivamente a fines de la década siguiente.

        La Escuela de Frankfurt se funda pocos años después de la publicación del primer libro de Spengler, y casi simultáneamente al segundo, que completa la obra. Y así, con el Instituto de Investigación Social, los intelectuales servirán hasta el día de hoy como agentes de la dictadura universal del ¨Pensamiento Único¨.

lunes, 23 de marzo de 2020

NOSOTROS, LOS MARCIANOS

NOSOTROS, LOS MARCIANOS
 (Solo para entendidos)


          Desconozco si seré el único que lo ha notado, pero me ha llamado poderosamente la atención últimamente la cantidad de personas interesadas en la geología interplanetaria. Parece ser un gremio algo hermético, puesto que no responden preguntas a neófitos o curiosos. Aunque me dicen que para ingresar en la cofradía solo hay que conseguirse uno de esos trajes espaciales y no hacer demasiadas preguntas. Según me han dicho, el signo de interrogación es considerado como símbolo de rapante insensibilidad, y por ello no lo utilizan ni permiten su empleo en sus selectas tenidas. 
            Pero como sea, lo cierto es que en un primer momento pensé que se trataba de alguna nueva moda o tendencia púber, puesto que es en esta etapa de la vida donde suele emerger con mayor energía la soberbia y el desdén por la evidencia y los datos que contrarían las convicciones propias. Además, son los jóvenes quienes gustan de estrafalarios atuendos. 
       Pero mi estimación fue incorrecta, me equivoqué: los astronautas son legión, y una temible. Se encuentran debajo de cada baldosa o monitor y se elevan como saltamontes, apuntando a la yugular del desprevenido. Los hay de todo rango etáreo, color y medida y parecen haber ya copado toda la parada. Todo es muy raro en estos días. Personas que hasta ayer luchaban por la libertad de expresión, hoy parecen más ocupadas en cercenarla, y los cristianos de misa diaria temen más a un virus que a la no salvación de su alma, mientras progresistas alaban la labor del Ejército y los libertinos y libertarios celebran su propia reclusión forzada… 
          …El género de ficción distópica ha quedado minúsculo y obsoleto ante este nuevo escenario y la gente ya se refiere a nosotros como ´marcianos´. 

            Pero no todo es malo y feo aquí: no seamos alarmistas, conspiracionistas o negacionistas (lo que sea que ello signifique). A fin de cuentas, pareciera que finalmente la sociedad -antes ocupada solo en defender los derechos de los ornitorrincos del Mar Caspio- ha evolucionado (en tiempo record) y tiene ahora consciencia del valor de toda vida, incluida la humana. Lo cual, lógicamente, es algo que debería reconfortar, puesto que hasta ayer nomás, nadie lloraba a los millones de bebes asesinados, a los muertos por tuberculosis en Camboya y ni siquiera al pobre desgraciado que caminaba campechanamente por calle Corrientes y le cayó una sartén en la cabeza. 
          Enhorabuena. Al parecer el mundo ha entrado en razón en este 2020: toda vida vale (salvo, claro, que el difunto hubiera tenido la mala suerte de morir a causa de enfermedades menos contagiosas o de menor prensa que el Covid-19. Aquí el status cambia).

         Lo que si en verdad no comprendo es por qué los astronautas nos odian tanto a los marcianos. No somos sus enemigos. Nuestras intenciones son nobles (como las que Uds. aducen), y también tenemos padres, abuelos y amigos, y por el momento no pensamos linchar a ninguno. Si, es cierto que cada tanto se nos escapa alguna preguntilla y que nos atrevemos a pensar más allá del relato oficial, pero nadie es perfecto, amigo.

        Ahora bien, no soy quien para meterme con la fantasía de nadie –máxime en tiempos donde percepción mata realidad-, pero mal haría en no advertirles una o dos cosas, aunque se enojen. 

1. Pueden vestirse de Batman –hasta esa libertad les dejamos-, pero créanme: cuando se despierten, Michelle Pfeiffer va a seguir siendo la novia del vecino y el índice de mortalidad por mordidas de ficus enojosos seguirá siendo mayor que el de Covid-19.
 2. Vestirse de murciélago o de Apollo XIII, sacarse una foto y publicarla en Facebook no los hace más sensibles o mejores personas que otros con mayor aprecio por la estética o el sentido común (como nuestros marcianos correligionarios Trump, Bolsonaro, México, Chile, Uruguay, Israel, Cuba, etc.). Consejo: amplíen su guardarropa.
3. No. Su atuendo no ayuda a la gente a estar mejor sino a enfermarla de pánico. Por enésima vez: Recaudos, sí. Histeria, no.
4. Y che, dale… no sean botones. Larguen el teléfono y dejen de filmar y denunciar al tipo que sacó a su perro más de cinco minutos y estornudó. Ni él ni su perro son terroristas bacteriológicos. 

          Por último y para ya terminar estas líneas que te he dedicado, déjenme adelantartes como termina el cuento… Todos vamos a morir en algún momento. Pero pueden elegir como morir vestido. Nosotros, los marcianos, elegimos hacerlo  con los pantalones y las botas puestas, de cara a Dios.

Saludos de un marciano que busca tranquilizar a la población (Dios mediante, con mejor suerte que los mass media).
C.R.I.


martes, 5 de marzo de 2019

"Inquisición" no es sinónimo de" totalitarismo feminista" (sino justamente lo contrario)



Por Cristián Rodrigo Iturralde

     
       Entiendo que a efectos prácticos, en una explicación -en este caso sobre el feminismo-, pueda resultar bastante más sencillo realizar una analogía con ciertas ententes, especialmente con aquellas que guarden una carga negativa muy grande. Pero creo que aun siendo buena la causa seguida, no podemos para ello valernos de premisas falsas, y mucho menos si se siguiera de esto un perjuicio a la imagen de la religión fundacional de nuestra querida Patria y de la civilización occidental toda. Jamás nos olvidemos que el primer enemigo del marxismo -y sus variopintas fachadas- siempre ha sido la Iglesia Católica.
     

miércoles, 5 de diciembre de 2018



PERÓN: NI NACIONALISTA NI REVISIONISTA, PERONISTA
(Rtta. a la nota de F. G. Addissi del 26/10/18)


Por Cristián Rodrigo Iturralde

         El día de ayer, en el sitio “Noticias del Congreso Nacional”, el Sr. Federico Gastón Addissi publicó un artículo titulado «Refutación al art. de Iturralde “Perón y el revisionismo”» (1) , abriendo de este modo un debate, que acepto gustosamente.
     Como dato anecdótico y para amenizar, paso a comentar al lector general que conozco a mi circunstancial contendiente hace ya largos años, desde tiempos en que ambos militábamos en la Juventud Federal del “Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas”. Si bien tenemos y hemos tenido nuestras importantes diferencias en torno a asuntos como el precedente, siempre conservamos un trato de respeto y procuraré que así siga. 
        Sin más prolegómenos, pasemos ahora a lo nuestro.
      En el sintético escrito al que hace referencia, procuro probar que lejos de haber sido un promotor de la línea del revisionismo histórico y de Juan Manuel de Rosas, Juan D. Perón fue enemigo de ambos (o de mínima, no suscribió a ninguno) y que si bien por momentos, y tal vez a priori, su relación con éstos podría parecer algo ambigua, una segunda aproximación algo más detenida sobre la cuestión, aclarará el panorama de modo definitivo. 

domingo, 2 de diciembre de 2018


TRAPECISMO HERMENÉUTICO Y DOS TESIS 
(Respuesta al artículo de Lucas Carena del 26/11/18) 

Por Cristián Rodrigo Iturralde

       Recientemente, Lucas Carena (en adelante, el A.) publicó una respuesta a un artículo de mi autoría del 12/11/18 (titulado ¨Excomulgado o no, Perón fue enemigo de la Iglesia Católica¨), en cual, básicamente, reconfirma su posición en torno al asunto de marras, presentando nuevos elementos y ciertas objeciones (1) . He leído con fruición su refutación, y lo primero que he decir es que ha sido escrita con la mesura y caballerosidad que lo distingue. Indudablemente, sería bastante más simple nuestra tarea si tuviéramos enfrente a un completo desconocido que fuera además enemigo declarado. Pero las cartas han caído de este modo y ahora no queda otro remedio que jugar. 
       Dicho esto, celebro –por el bien del debate- que el A. se asuma final y formalmente como peronista y que haya levantado su estandarte públicamente; de modo que ahora ambos hemos sincerado nuestra posición. Siempre me han molestado los sujetos vacilantes e indefinidos, pero más aún aquellos que simulan estarlo, avanzando por aproximación indirecta, eludiendo proyectiles y resguardándose en la presunta ecuanimidad que le conferiría no pertenecer a ninguno de los bandos en pugna. 
       Quisiera comenzar reparando en el epígrafe que acompaña la nota, donde señala el A. que preferiría ¨invertir (su) tiempo en otros debates y, por supuesto, con adversarios ideológicos como el marxismo y el liberalismo¨, dejando entrever –a su juicio- que el tratamiento de esta cuestión carecería de sentido y utilidad a los efectos de combatir a los enemigos de la patria. No obstante, lo primero que cabría apuntar en este sentido es que quién inició el debate sobre el asunto fue el propio A., desde su “Perón no está excomulgado (Apostilla de Pedro Badanelli)”, escrito en 2017 (y que se ocupó en hacer circular). Tal vez no lo haya advertido, pero el citado texto establece, al menos de modo implícito, una falsa disyuntiva, dando a entender que no es posible, simultáneamente, hacer revisionismo histórico (sobre el tema que fuere) y combatir a los adversarios ideológicos (como si ambas tareas fuesen excluyentes una de otra). Seguramente -o permítanme dudarlo-, el A. no hubiera tomado el guante de modo tan decidido ni hubiera objetado la naturaleza o utilidad del debate si la figura revisada fuese otra.