La hecatombe naranja
-Holanda: La hija dilecta de Herbert
Marcuse-
Por Cristián Rodrigo
Iturralde
Holanda,
sabemos, se ha erigido hace décadas en cuna del progresismo mundial y en la
campeona del relativismo moral; arquetipo de las naciones auto intituladas
¨modernas¨, de ¨vanguardia¨; ¨humanistas¨. Por antonomasia, la tierra del gran
duque de Alba se ha convertido en destino y referencia obligada tanto de la
seudo intelectualidad de salón (y sedicentemente rupturista) como del
contestatario de a pie, de barricada. Digamos mejor, de todo aquel que
ingenuamente, creyendo estar alejado del ¨political correctness¨, busca
desesperadamente un mote que le haga olvidar por un instante su monolítica
existencia y lo eleve –al menos por un segundo- al nunca mejor estimado
pedestal de ¨hombre kool¨. Una retórica meramente pour la gallerie que raramente logra una coherencia en la praxis; pues
quiera o no -y muy a su pesar-, el libertario no tiene cara de sambenito sino
de verdugo rentado por el poder fáctico de turno; sórdido y sombrío ejecutor
que no cede ni ante la evidencia empírica ni a sólidos argumentos de tenor
humanitario (cuales se jacta de defender).
Evidente
y ¿paradójicamente?, el otrora vitoreado Kant les ha quedado incomodo y
obsoleto conforme iba avanzando la ciencia. La desprolija y excesiva
utilización de sofismas y absurdos los ha dejado tan expuestos que actualmente,
como nunca antes, necesitan imperiosamente del andamiaje o corpus jurídico para
imponerse; urgen de los medios que tanto criticaron al ancien regime: la persecución y criminalización ¨del otro¨, del
¨distinto¨, del ¨disidente¨. Creo que
ésta es la mejor prueba del inevitable fracaso de su empresa, o al menos, de la
fragilidad e irracionalidad de la misma. Algo que, por cierto, ya presagió
el tan citado y poco leído Ortega y Gasset cuando advertía que ¨el relativismo es una teoría suicida, pues cuando se aplica a sí misma se mata. La mayoría de las veces el relativismo es una especie de pose académica; una cómoda evasión de la realidad¨ (sin dudas hay mucho de chic en estas posturas, como veníamos refiriendo).
Pues
en los tiempos que corren, lo verdaderamente revolucionario (en su sentido
estricto), lo verazmente contracorriente, es defender y promulgar los valores
trascendentes y verdades inconcusas; realizar casuística, evitar los argumentos
falaces, realizar distinciones; discernir, descartar: pensar. Lo viril en
nuestros días es estar dispuesto a expresar una opinión oportuna e
inoportunamente, aun al costo del ostracismo al que nos someterá de seguro la
condena social que trae aparejada el ¨Pensamiento Único¨ y sus escribas
(¨mercaderes del pensamiento manufacturado¨, en ajustada definición de nuestros
grandes maestros).