lunes, 27 de octubre de 2014

A propósito de la serie ¨Isabel¨, realizada por TVE

                                                            


Algunos días atrás, anoticiado de la existencia de esta serie y de algunas de las polémicas desatadas en España en torno a su estreno, me decidí por verla.

El augurio era bueno, pues dado el estado actual de las cosas, es decir, de la regencia de la dictadura del Pensamiento Único, el mero hecho de la tentativa de prohibición asomaba a priori cual señal inequívoca de un esfuerzo serio y objetivo de reconstrucción histórica. Abrigaba fundada esperanza de que, tal vez, sobreviviera en soledad e inadvertida alguna grieta en el sistema por cual pudiera filtrarse algún destello de sensatez.

Si bien es claro que los censores literarios del régimen se caracterizan por su diligencia e implacabilidad, no son completamente infranqueables. Poco pudieron hacer frente a resolutos y corajudos directores como Mel Gibson y Dean Wright, cuyas obras, si bien sometidas a la crítica más despiadada y luego sentenciadas al ostracismo más atroz, pudieron ver la luz; al menos por un instante.

Pensé que podía tratarse aquí del mismo caso. Me equivoqué.

Desde luego no pretendía toparme con la Isabel de Thomas Walsh o de Andrés Bernáldez… pero tampoco con una trazada por levantiscos de Flandes.

La serie consta de más de 30 capítulos –va por la tercera temporada- de cerca de 60 minutos cada uno y es furor en España. Hace pocos días, la emisión de su último capítulo ha batido su récord de espectadores: 5.5 millones. Es una de las series españolas más ambiciosas de los últimos tiempos, con un presupuesto de casi 600.000 euros por capítulo.

He observado con detenimiento los primeros tres capítulos, y debo decir, a mi humilde entender, que no hace falta más. Al menos para entender que estamos frente a una ficción y no ante Historia novelada.

Más allá de algún acierto y de algún diálogo sustancioso, queda todo bien pequeño ante los lugares comunes de la Leyenda Negra que se reproducen allí una y otra vez: una monarquía corrupta de cabo a rabo, una religiosidad laxa y subvertida, personajes funestos, obispos felones, calculadores y cobardes, arzobispos encamándose con cortesanas, intrigando y aliados con criminales y asesinos, sacerdotes intentando violar sexualmente a Isabel de Portugal, reinas cristianas adulteras practicándose abortos; papas y legados pontíficios ávidos de dinero; un rey homosexual, etc. A esto habrá que sumar inexactitudes y mentiras históricas y no pocas escenas de violencia y sexo completamente innecesarias a la trama.

Apenas comenzado el capítulo tercero de la teleserie se pone en boca de un campesino cristiano lo siguiente: ¨si rezar sirviera de algo, no estaríamos como estamos¨. Acto seguido, su hija es violada repetidamente y asesinada por el sádico jefe militar y pretendiente de Isabel, Pedro Girón.

En rigor, ni la propia Isabel se salva completamente. A excepción de alguna escena aislada donde se la muestra postrada rezando devotamente, aparece como una adolescente excesivamente calculadora y pragmática que, oprimida por el sinnúmero de intrigas palaciegas y por los vejámenes a que es sometida por su hermanastro Enrique IV y su esposa, jura venganza. Esta es la motivación que mueve inicialmente a Isabel a anhelar y ocupar el trono.

El bando que lucha por los derechos de Isabel es mostrado tanto o más criminal que el de los beltranjeos; de modo que al terminar de ver la serie comienza uno a cuestionarse seriamente la legitimidad moral y política (al menos de Origen) del reinado de los Reyes Católicos.

Pareciera que en la España del siglo XV -del primero al último de sus hombres- no había más que burdeles, corruptos y homicidas. El único personaje de la ficción que recibe un trato deferente es el marrano Andrés Cabrera, consejero y tesorero del rey Enrique, a quien se muestra honrado, fiel y valeroso.

Alguno podrá objetar y argüir con justicia que la serie tiene algún elemento verdadero, algún acierto, alguna virtud. No lo niego. Pero, paradójicamente, aquí reside el mayor de sus peligros. Como señala el profesor Caponnetto, en la comparación entre lo bueno y lo malo pierde lo bueno. De modo que el televidente no pensará cuan buena y piadosa es Isabel, sino que habrá hecho la reina para estar involucrada en tales conjuras y con tan despreciables personajes.

En suma, ¨Isabel¨ adolece de los mismos defectos que el Código Da Vinci: desembozados prejuicios anticatólicos y falta de rigor histórico.

Al menos así lo veo yo.


C.R.I.








2 comentarios:

  1. y que esperabas? a una isabel sumisa, melancolica, incapaz y resando todo el dia por un mundo mejor? para enfrentar al mundo hacen falta mujeres con las agallas de isabel. asi es como se llega al poder. no con verguenza, miedo y suplicas. tipico pensamiento cristiano ortodoxo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues si, se gana con agallas, pero también con súplicas. Lo que nosotros queremos es una Isabel real y celosa (celo por las almas) por la Cristiandad.

      Eliminar