EL LIBERALISMO: FÁBRICA DE MONDONGO
(Réplica al artículo de Eduardo Marty en Infobae)
Por Cristián Rodrigo Iturralde
Hace pocos días, más precisamente el 31 de julio, Infobae publicaba una nota titulada «La Iglesia Católica: fábrica de pobres de América Latina» , escrita por un tal Eduardo Marty, que según las pocas referencias que pudimos recabar, es economista y “presidente” de una de las tantas fundaciones liberales que tienen el mérito de reunir tres personas en una misma tenida cuando prometen un festín de parripollo.
El autor, como los de su especie, parecería pertenecer a aquella tercera generación de familias burguesas -tan propias de los marxistas- de las que hablaba Thomas Mann, que se retira hacia una suerte de trastorno estético, esto es, a ensayar poses letradas con pretensiones de rebeldía adolescente sin caer en cuenta que en realidad son más ordinarios que yogurt de mondongo. Es decir, cumplen con las normas APA, pronuncian las “eses” y viven en Recoleta o New York pero razonan como haplorrinos en vías de desarrollo.
Naturalmente, por liberalismo o mondongo no entendemos aquí al primigenio de Edmund Burke –eminentemente conservador- sino al engendro liberal estadounidense y socialdemócrata europeo o al libertarismo progre cuyo laissez faire permite que pueda usted vender a sus padres o sus órganos si acaso se cansó de ellos y le viene bien algunos pesos extra para cambiar la heladera. Pero estimo que ya todos conocen a estos lastres que fungen de pensadores, cuya hagiografía encabeza Gloria Álvarez, de manera tal que iré directo al meollo del asunto (por lo demás, la libertaria guatemalteca fue bien refutada en sus ideas por un liberal-conservador serio como es Agustín Laje).
¿Qué nos dice pues Marty en su notícula? Básicamente, sostiene que la causa de la pobreza en Iberoamérica es fruto de la filosofía y moral católica y de su concepción aristotélico-tomista de “bien común”. Esta tesis pretende ser probada en 13 puntos, utilizando como disparador distintas citas apostólicas, pontificias, bíblicas, etc., a partir de cuales desarrolla su “explicación”.
Al mondongo no puede uno pedirle seso ni pedirle que sirva para mucho más que embutido de lugares comunes o guiso de desaguisados, de manera tal que me detendré en los apartados que considero más hilarantes, respondiendo a un nivel mortadela, es decir, inteligible a todos.
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Algunas consideraciones previas. Comencemos diciendo que la desigualdad, la pobreza o indigencia (compatibles con un gran progreso económico y un notable desarrollo científico- tecnológico) fueron incrementándose en directa proporción a la pérdida de influencia de la Iglesia Católica en la sociedad y en las instituciones; proceso alentado por las incesantes campañas de laicismo anticristiano orquestadas justamente por la progenie de Marty. En cambio dicho progreso se hizo más equitativo al encausar el capitalismo según principios y normas de la moral católica. Un claro ejemplo es el de la Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuyo “milagro” está íntimamente ligado a la Economía Social de Mercado, apoyada por el católico Konrad Adenauer. Cabría mencionar también que la Argentina que alberga el XXXII Congreso Eucarístico Internacional de 1934 (a pesar del liberalismo iluminista de la segunda mitad del siglo XIX) y el Paraguay católico de mediados del siglo XIX se ubicaban entre las naciones industrializadas y, en nuestro caso, con grandes posibilidades de convertirnos en una potencia, al menos regional. No se puede olvidar la influencia que tuvieron en ese crecimiento económico católicos de diversas tendencias políticas como José María Roxas y Patrón, Mariano Fragueiro, Juan Bautista Alberdi, Félix Frías, Nicolás Avellaneda, Emilio Lamarca, Alejandro Bunge, entre otros. Luego, deberíamos preguntarle a nuestro objetor por qué la prosperidad no ha pisado jamás las colonias británicas en África o en ciertas regiones americanas - caso Belice o el conjunto de islas centroamericanas-. Por lo demás, llama la atención que Marty nada diga acerca de los aportes de la católica Escuela de Salamanca a la economía moderna, tal como fueran señalados por economistas de renombre como Joseph A. Schumpeter u Oreste Popescu
De manera tal que la correlación que se pretende establecer entre pobreza y religión católica es de un reduccionismo choripanesco.
Haga mejor las cuentas, amigo.
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Marty prueba su tesis... Nuestro referenciado comienza citando a San Lucas (6:20) y a San Mateo (5:3-11), lamentándose que “la pobreza está en el centro del Evangelio” y reflexionando lo siguiente: “Si se elogia al pobre, ¿es de extrañar que en estas tierras abunden favelas y villas miseria?”.
Primero, lo evidente a todos menos para el sujeto de marras: por “pobreza” como virtud entiende la Iglesia la pobreza de espíritu, es decir el desprendimiento de los bienes materiales y el uso responsable de los mismos (no su carencia), a la par que denuncia como injustas la miseria material y las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa (cf CA 57). Luego, es falso que se elogie o idealice al pobre o a la condición de pobreza material en sí mismas consideradas, salvo la pobreza voluntaria por razones espirituales (como la que es propia de la vida consagrada). Tanto Cristo como su Iglesia, en su infinita misericordia, manda a los cristianos a ser justos con todos y en especial con los más necesitados, esto es, aquellos en situación de vulnerabilidad económica. Jesucristo y su Iglesia Católica exigen para la vida virtuosa, la santidad y la salvación del alma tanto la fe como la práctica de obras de caridad, pero también de la justicia (en este sentido, tal vez debamos perdonar el equívoco a Marty, dado que en el Diccionario Libertario no existen entradas para las palabras “amor”, “solidaridad” y “caridad”). Al hacer estos juicios nos estamos basando en la Doctrina Social de la Iglesia, no en corrientes incompatibles con ella como las Teologías de la Liberación de corte marxista o ciertas ideas de la llamada Teología del Pueblo.
A renglón seguido, Marty se rasga las vestiduras ante citas como las siguientes: “No a un dinero que gobierna”, “El dinero es el estiércol del diablo”, “los hombres deben mandar al capital y no el capital a los hombres”, concluyendo que este tipo de postulados desalentarían el comercio y el ahorro, llevando a los políticos a “malgastar” el dinero en los necesitados.
En primer término, debo decir que lamento que no vendan en Mercado Libre almas o corazones, porque indudablemente, nuestro amigo los necesita. El dinero debe estar al servicio del hombre y del bien común, lo cual es, además de humano, lógico. Lo creado por el hombre debe ser utilizado en su beneficio (que los políticos utilicen la pobreza y los recursos a efectos clientelistas, corresponde a otra discusión). Por otro lado, resulta evidente que Marty toma las citas que cree más convenientes a su tesis, despojándolas del contexto en cual fueron proferidas, constituyéndose así en un caso evidente de deshonestidad intelectual. Por último, digamos en relación a este asunto, que la existencia de potentados empresarios católicos ligados íntimamente a la Iglesia Católica deja sin argumentos la sesgada interpretación del frágil exégeta. No he conocido un solo católico adinerado que haya sido reprendido o rechazado por la Iglesia por haber generado ingresos materiales de modo lícito. Basta recordar nombres de empresarios católicos y exitosos (extranjeros o argentinos) como León Harmel, Julio Steverlynck, Paul Hary o Enrique Shaw para desmentir esos prejuicios.