domingo, 2 de diciembre de 2018


TRAPECISMO HERMENÉUTICO Y DOS TESIS 
(Respuesta al artículo de Lucas Carena del 26/11/18) 

Por Cristián Rodrigo Iturralde

       Recientemente, Lucas Carena (en adelante, el A.) publicó una respuesta a un artículo de mi autoría del 12/11/18 (titulado ¨Excomulgado o no, Perón fue enemigo de la Iglesia Católica¨), en cual, básicamente, reconfirma su posición en torno al asunto de marras, presentando nuevos elementos y ciertas objeciones (1) . He leído con fruición su refutación, y lo primero que he decir es que ha sido escrita con la mesura y caballerosidad que lo distingue. Indudablemente, sería bastante más simple nuestra tarea si tuviéramos enfrente a un completo desconocido que fuera además enemigo declarado. Pero las cartas han caído de este modo y ahora no queda otro remedio que jugar. 
       Dicho esto, celebro –por el bien del debate- que el A. se asuma final y formalmente como peronista y que haya levantado su estandarte públicamente; de modo que ahora ambos hemos sincerado nuestra posición. Siempre me han molestado los sujetos vacilantes e indefinidos, pero más aún aquellos que simulan estarlo, avanzando por aproximación indirecta, eludiendo proyectiles y resguardándose en la presunta ecuanimidad que le conferiría no pertenecer a ninguno de los bandos en pugna. 
       Quisiera comenzar reparando en el epígrafe que acompaña la nota, donde señala el A. que preferiría ¨invertir (su) tiempo en otros debates y, por supuesto, con adversarios ideológicos como el marxismo y el liberalismo¨, dejando entrever –a su juicio- que el tratamiento de esta cuestión carecería de sentido y utilidad a los efectos de combatir a los enemigos de la patria. No obstante, lo primero que cabría apuntar en este sentido es que quién inició el debate sobre el asunto fue el propio A., desde su “Perón no está excomulgado (Apostilla de Pedro Badanelli)”, escrito en 2017 (y que se ocupó en hacer circular). Tal vez no lo haya advertido, pero el citado texto establece, al menos de modo implícito, una falsa disyuntiva, dando a entender que no es posible, simultáneamente, hacer revisionismo histórico (sobre el tema que fuere) y combatir a los adversarios ideológicos (como si ambas tareas fuesen excluyentes una de otra). Seguramente -o permítanme dudarlo-, el A. no hubiera tomado el guante de modo tan decidido ni hubiera objetado la naturaleza o utilidad del debate si la figura revisada fuese otra.
       A mi entender, el debate sobre Perón y el peronismo es una cuestión tanto pendiente como urgente para el nacionalismo argentino; no sólo por una cuestión historiográfica sino, ante todo, porque posee una utilidad práctica, que es terminar por definir si Perón fue un patriota o un canalla –o en qué grado fue lo uno o lo otro-. Y cuando la resolución de la disputa sea evidente, habrá un bando que necesariamente deberá sincerarse, redefinirse y optar: o las banderías estéticas  o la Patria. Alguno podrá objetar la disyuntiva planteada y señalar que podría arribarse a una conclusión sobre el justicialismo menos terminante o más equilibrado. A ese hipotético objetor le contestaría amablemente que estaría pronto a conceder aquello una vez que lea la totalidad del material que hemos publicado en torno a la materia. Creo sinceramente que si cumple con esta condición y su disposición hacia la Verdad es sincera, descartará esa tercera vía. De mínima, la condición de “ídolo” o “patriota” de Perón quedará seriamente cuestionada, bajando entonces del panteón de Agripa para reunirse con nosotros, los mortales, falibles y pecadores. 

       Dos comentarios finales a esta introducción.
     Llama la atención que, desde su introducción, el A. reproche a quien suscribe el “circundar en la ¨periferia”, que sería (según él) “la relación entre Perón y la Iglesia, no sin advertir de antemano que mi artículo inicial se refería a la puntualidad concreta de la excomunión¨. Y en rigor de verdad no he sido yo sino mi contertulio quien trajo al debate aquella cuestión (y tantas otras), particularmente la referente a la presunta inexistencia de la disyuntiva Perón-iglesia. Y esto sí, hay que decirlo, constituye una tesis original –por demás aventurada, por decir poco-. De modo que el A. parece no haber advertido que no sostiene una sola tesis –como pretende- sino, por lo pronto, dos (1-Que no hubo excomunión, por un lado; 2- Que no existió disyuntiva entre Perón y la Iglesia, por otro). A ambas procuraremos dar respuesta. Por este motivo, a efectos de procurar dar un orden algo más lógico, didáctico y dinámico a esta refutatio, dividimos ésta en tres partes, a saber: 1) Perón y la Iglesia; 2) ¿Amonestado o excomulgado?; y 3) Conclusiones.
       Por otro lado, conviene aclarar que debido a la cantidad y entidad de los temas que el A. aborda en su escrito, las respuestas, forzosamente, deberán ser razonablemente breves y concisas. Si hemos de replicar cada una y además profundizar en ellas, indudablemente, habría que escribir un libro (sin poder evitar la autorreferencia, señalemos que quien suscribe ha escrito, no uno, sino dos). Existen cuestiones que, por evidentes y ampliamente probadas, deberé de dar por sabidas, y otras en que me limitaré a remitir a otros trabajos. 


PARTE I. PERÓN Y LA IGLESIA

       La disyuntiva en la que insiste el A.
    En relación a este asunto, francamente, no sé qué más podremos añadir o certificar para que se reconozca definitivamente no sólo la existencia del conflicto, sino su naturaleza y la gravedad de la persecución. Los hechos expuestos en la misiva anterior son claros, entitativos y verificables, y ni el más osado trapecismo hermenéutico podrá cuestionar o rechazar su veracidad. Todo está allí, al alcance, para que vea el que quiera ver.
       La estrategia del A. es por demás evidente: pretende desestimar o minimizar ciertos hechos referidos, afirmando que la “tensión” fue entre Perón y la jerarquía o autoridades de la Iglesia y no entre Perón y “la fe” o “el Cuerpo Místico de Cristo”. Hemos de detenernos un momento en esto. Si hubiera sido como efectivamente afirma, ¿cómo explica entonces la derogación de leyes católicas y la implementación de otras de signo contrario? (por no referir la criminal quema de los templos). Ofrezcamos otros ejemplos por demás probatorios. Con apoyo oficial y público de Perón y Eva, el 15 de octubre de 1950 la espiritista Escuela Científica Basilio realizó un masivo acto público en el Luna Park, que habían publicitado con afiches que proclamaban ¡JESÚS NO ES DIOS!, y en cuyo aquelarre se leyó  una carta de adhesión del presidente y su consorte. ¿Le parece al A. que esto no es atacar la fe católica? Otro: en 1954 el gobierno dio apoyo oficial a una serie de actos proselitistas y multitudinarios de una secta evangélica en el estadio de Atlanta, presididos por el pastor Pentecostal Tommy Hicks (que incluso había sido recibido de modo muy entusiasta por el propio Perón). Sigamos: apoyar formalmente la creación de una Iglesia abiertamente apóstata, cismática y gnóstica como la “Iglesia Católica Apostólica Argentina”, de carácter justicialista y enfrentada a la Iglesia Católica Apostólica y Romana, ¿es un ataque al clero o a la fe? En 1955, el susodicho prohibió a los comerciantes exponer pesebres u otras figuras religiosas en conmemoración de la navidad … (2) En marzo de ese año, por decreto, se quitan del calendario varios feriados religiosos (Decreto 3991/55) ¿Será necesario mentar más ejemplos?
        En este nuevo escrito, el A. trae al fango nuevos elementos –presuntamente- comprobatorios. El primero de ellos, cuanto menos, sorprende. Redondeando, concluye que dado que el Cardenal Copello apoyó “de manera irrestrica a Perón hasta fines de 1954” (“Casi nueve años”, agrega, trayendo además los casos de Hernán Benítez y Virgilio Filippo) quedaría entonces probada la falsedad de la referida disyuntiva. Claro que lo que olvida decir es que las mayores tropelías de Perón contra la Iglesia suceden justamente a partir de la finalización del mentado y celebrado vínculo (período que funda primeramente nuestra crítica). Estamos, por tanto, ante una clara falacia de evidencia incompleta: se citan casos individuales o datos que parecen confirmar la verdad de una cierta posición o proposición, a la vez que se ignora o al menos se minimiza una importante cantidad de evidencia de casos relacionados o información que puede contradecir la proposición. 
        Siguiendo el criterio del A., entonces Enrique VIII, Lutero y diversos heresiarcas deberían ser tenidos como católicos en virtud del tenor de sus relaciones iniciales con Roma (los postreros linchamientos de católicos, el cisma y la grave tergiversación de la doctrina, serían cuestiones meramente anecdóticas o simples “tensionalidades” o “crispaciones”, producto de las complejas relaciones humanas o de atendibles coyunturas). ¿Gozarán los mentados personajes de las mismas contemplaciones o disculpas que se otorga a Perón? Finalizando el apartado, el A. nos tranquiliza recordando que Copello era amigo de Jorge Antonio, ¡nada menos! (3)  
       Si se señalan cuestiones lógicas o hechos concretos y constatables empírica y científicamente, el A. responderá seguidamente que aquello es producto de una “lectura antiperonista (…) convirtiendo de forma sempiterna la excepción en norma”. Lo cierto es que esta común expresión se vuelve contra el propio A. que la ha invitado a nuestro encuentro, pues lo normativo fue la persecución de sacerdotes y la promulgación de legislaciones u actos anticatólicos.  
        Continúa luego tropezando en lugares comunes y en el mismo sofisma antes señalado, recordándonos que sacerdotes como Leonardo Castellani y nacionalistas varios apoyaron inicialmente a Perón, como si este hecho tuviera otro valor que el de unas simples efemérides. Era lógico que en aquel momento se apoyara a Perón, considerando que enfrente se ubicaba nada menos que la Unión Democrática –rejunte de conocidos enemigos de Dios y de la Patria-. Perón, en el peor de los casos, era una incógnita y había inundado de promesas a los sectores católicos y nacionalistas –nadie era versado en futurología como para saber cómo se comportaría luego-. Una vez que las intenciones de Perón comienzan a ser visibles, los nacionalistas y católicos qué inicialmente lo apoyaban, se alejaron. Lo reiteramos: no sólo los gorilas o “nacionalistas de opereta”, sino hombres como Cipriano Reyes (preso), Arturo Sampay (exiliado), José Luis Torres, Walter Beveraggi Allende o Julio Irazusta (por mentar unos pocos casos).
       Cuanto sí podemos conceder, empero, es que Perón fue un entusiasta ecumenista. Si el ecumenismo al modo peronista es doctrina católica, evidentemente deberemos concluir que Perón fue por demás obediente y fiel a la Iglesia en este sentido. La evidencia pareciera  apabullante, pues recordemos que el susodicho líder designa al rabino Amram Blum como su asesor espiritual; apoya públicamente el proselitismo protestante y espiritista; entabla excelentes relaciones con sacerdotes y obispos abiertamente marxistas (v. gr. Carlos Mujica, Jerónimo Podestá, etc.; sin olvidarse tampoco de los, simultáneamente, invertidos y marxistas, como Badanelli); nombra asesor a su gran amigo Licio Gelli, el conocido agente masónico de la logia Propaganda Due (concediéndole nada menos que la Orden del Libertador José de San Martín); otorga ministerios a otros masones; y así podríamos seguir ad eternum.

       Pasemos revista ahora al siguiente párrafo del A.:

   “Dos cuestiones a considerar. Si Perón derogó la enseñanza religiosa, derogó algo que él mismo había impuesto: primero en 1943, con Farrel del que era vicepresidente, mediante el decreto n°18411, ratificado luego por la ley n° 12978 de 1947, durante su primera presidencia, que revertía el proceso de secularización iniciado en el Siglo XIX con la ley 1420, introduciendo la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Perón, enojado con una Iglesia que le jugó por la espalda con la democracia cristiana, ya no sólo desde el púlpito, sino también desde la cátedra qué él mismo le había devuelto, retorna al laicismo original con la ley n° 14401 de 1955. Nuevamente, de diez años de peronismo, ocho fueron con enseñanza religiosa. Los golpistas del ’55 mostraron su desesperación por voltear la constitución del ´49, no por revertir la supuesta “legislación anticlerical” peronista“.

       Bien; primeramente, se equivoca en los datos. El decreto de 1943 no fue obra de Perón y mucho menos promulgado por él: el presidente entonces era Pedro Ramírez (Edelmiro Farrell recién asume la presidencia el 24 de febrero de 1944). Lo que sí hace luego es ratificarla (a cambio del apoyo del clero a su candidatura). Pero todo pareciera estar justificado según el A., ya que quien da vida estaría en derecho luego de quitarla, agregando que ¨la Iglesia… le jugó por la espalda con la democracia cristiana¨. El primer argumento no resiste análisis. Con respecto al siguiente, nos limitaremos a responder con un interrogante ya planteado: ¿Justifica una, equivocada o no, maniobra política o decisión de la Iglesia –o de algún integrante- el ataque a su doctrina? Más adelante en la misma cita, el autor reincide en la falacia oportunamente señalada líneas atrás: nos insta a que recordemos, y valoremos, que “de diez años de peronismo, ocho fueron con enseñanza religiosa“. Empleando un similar criterio, podríamos entonces exhortar al A. a que valore el legado de  “Jack el Destripador”, quien de diez años en Londres, en ocho no mató a nadie. (4)   

       Una falsa disyuntiva: Democracia Cristiana o Iglesia Justicialista
     «Es menester comprender», escribe el A., «que la evolución de la Iglesia Apostólica Argentina, que no fue un invento de Perón, se desarrolló como contracara de la injerencia en la política de la Democracia Cristiana. Si hubo una intromisión del estado argentino en asuntos eclesiásticos, también hubo una Iglesia que se metía en política, con obispos liberales, como Mons. Miguel de Andrea, que ya en la década del ’40 hablaba de la necesidad de un Nuevo Orden Mundial,  y advertía el nazismo de Perón. Tal encontremos aquí la “funesta política de Pío XII” y tal vez sea la Iglesia la que estaba “del lado de los vencedores, jamás del de los vencidos”».

       El contenido del citado párrafo invita a ciertas preguntas y reflexiones. Pareciera que a la hora de justificar a Perón todo resulta admisible. Como le es imposible negar la existencia de la Iglesia Apostólica Argentina, y a sabiendas –seguramente- de que se trataba de una secta non sancta (¿deberemos explicarlo en otro escrito?), evita hacer juicios sobre la misma, considerando comprensible su instauración ya que servía para contrarrestar la influencia que aparentemente detentaba la D.C. Ciertamente, y por distintos motivos, la mentada organización de pensamiento maritainiano no goza de nuestro beneplácito (pues al igual que el peronismo, dependiendo la temporada, ha sabido ubicarse en todo recoveco ideológico). No obstante, los bautizados de la Democracia Cristiana tenían legitimidad de origen. La Iglesia Católica Apostólica Argentina no tenía legitimidad de origen ni de ejercicio. Pero resulta curioso que reproche a la Iglesia y a sus obispos ¨liberales¨ por entrometerse en política, cuando de no haber sido por esa denostada ¨injerencia¨, el peronismo no habría alcanzado el triunfo en 1946
      Sorprende asimismo que el A. utilice para descalificar a Mons. Miguel de Andrea su presunto antinazismo, cuando quien ostenta el doble título de campeón de las contumelias antifascistas y de los panegíricos pro hebreos (y pro israelíes) es su defendido, Juan Domingo Perón. ¿Las pruebas? En “El pacto Perón-Israel y el presunto nazifascismo de Perón” (Grupo Unión editorial, 2017). De modo que, en lo sucesivo, previo a esgrimir esta serie de argumentos, el A. deberá consultar el citado trabajo (no tiene más que solicitármelo; con gusto se lo haré llegar).
       Dando cierre a su apartado, no duda a la hora de tomar partido: la equivocada era la Iglesia, que al parecer se habría ubicado, maquiavélicamente, del lado de los vencedores (resulta llamativo que la objeción o cuestionamiento provenga de quien reivindica a aquel que, entre tantas otras humillaciones al pabellón nacional, pisó en el suelo a los heroicos hombres del Eje). Por último, aún si la D.C. hubiese sido lo que efectivamente afirma el peronismo, ¿la solución era la erección de una Iglesia peronista? ¿Qué clase de disyuntiva es aquella? Respondemos: una falsa.

       Sobre la carta de Perón a Badanelli 
     En el espacio que el A. dedica a este asunto, cabe primeramente advertir que lo que se toma por palabras mías es en realidad del Dr. Antonio Caponnetto (lo cual se encuentra debidamente consignado en el citado texto). Pero cuanto interesa a nuestro propósito es lo que objeta. Aparentemente, las palabras citadas de Perón sobre Pío XII, primero, y sobre el comunismo después, estarían sacadas de contexto, puesto que éste, en realidad, decía todo lo contrario... El pasaje que ofusca al A. es aquel donde, comentando la misiva de Perón a Badanelli, decimos lo siguiente: «en relación con el avance triunfal del Comunismo, lo que queda por hacer es “estar con el vencedor, jamás con el vencido”» (el entrecomillado interno pertenece a Perón). Para el A. esto es un infundio, puesto que el “gran líder” fue un acérrimo enemigo del internacionalismo rojo, y lo prueba citando lo que considera una “verdadera pieza de doctrina anticomunista” (que por supuesto, dista mucho de serlo: compruébelo el lector en el escrito de marras). Además, repetimos por enésima vez: res non verba. Aunque conviene poner a disposición del lector otras “verdaderas perlas antimarxistas” de Juan Domingo Perón:

1) “Para nosotros, Marx es un propulsor. Ya he dicho que vemos en él a un jefe de ruta que equivocó el camino, pero jefe al fin (…)”. (5)
2) “En vez de pensar en revoluciones militares, el pueblo tiene que hacer guerra de guerrillas…”. (6)
3) “(…). Las revoluciones sociales, como la nuestra, han partido siempre del caos en su consolidación, y el caos está cercano, sólo que nosotros debemos acelerarlo y provocarlo, no temerlo (…)”. (7)
4) “Cuando el clima esté en plena acción habrá llegado recién el momento de provocar la paralización que será el golpe de gracia y a continuación poner en ejecución la acción de guerrillas si es indispensable en las partes más favorables, para que sea una septicemia con focos purulentos en todas partes, pero septicemia al fin…”. (8)
5) “En primer término, se entregará al pueblo todos los bienes de los oligarcas y gorilas que han participado, creando una entidad de responsabilidad patrimonial. Dentro de ello, los que tomen una casa de oligarcas y detengan o ejecuten a sus dueños, se quedarán con ella. Los que tomen una estancia en las mismas condiciones se quedarán con todo, lo mismo que los que ocupen establecimientos de los gorilas y los enemigos del pueblo. Los suboficiales que maten a sus jefes y oficiales y se hagan cargo de las unidades, tomarán el mando de ellas y serán los jefes del futuro”. (9)
6) “Nuestro camino, en el caso de fracasar en la operación retorno, es más bien el de China o de Cuba, que en la actualidad están ayudando a todos los movimientos de liberación de América. (…)”. (10)
7) “Hoy ha caído en esa lucha, como un héroe, la figura joven más extraordinaria que ha dado la revolución en Latinoamérica: ha muerto el comandante Ernesto “Che” Guevara. Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor (…)”. (11)

       No obstante, continúa diciendo el A.:

     “El justicialismo, al neutralizar con su doctrina de amor y paz el accionar del marxismo, servía de valla de contención en los sectores más populares y postergados, contra el avance del comunismo. Con el triunfo del liberalismo anglosajón, y su egoísmo intrínseco, el comunismo, efecto consecuente de aquél, está preparando un triunfo”.

Pasemos por alto el desliz hippista y centrémonos en la supuesta valla peronista contra el marxismo. Lo cierto es que este mito ha sido refutado una y cien veces por autores prestigiosos varios e incluso me he referido a ello en mis últimos dos trabajos publicados. (12) El A. parece no distinguir entre marxismo y comunismo, ni parece estar al corriente de su historia, pugnas y múltiples escisiones. La cuestión ya la he abordado, por lo cual me limito a recordarle que no necesariamente todo marxista es comunista, y que el comunismo de un país puede ser enemigo de otro -formalmente tenido como tal- o simplemente no encontrarse completamente alineado; cada cual conserva, muchas veces, características que le son propias.        Por ejemplo, siempre existieron marxistas decididamente enfrentados al comunismo soviético, esto es más que claro (es historia). De modo que aún concediendo que Perón hubiera sido anticomunista (persiguiendo en ocasiones al PCA, de obediencia moscovita), no puede inferirse de aquello que haya sido antimarxista. ¿Habrá que recordar sus excelentes relaciones con la mayor parte del trotskismo y de sectas similares, sus vínculos con Cooke y los republicanos españoles, sus panegíricos del Che, Mao y Castro? La evidencia al respecto abunda, y quien desee informarse debidamente sobre el asunto tiene a su disposición una apabullante bibliografía (que, de solicitarlo, le acercaré). Mal que le pese al A., lejos de constituir el peronismo un antídoto al marxismo, es, contrariamente, el conducto que lo lleva a éste. (13)


PARTE II. ¿EXCOMULGADO O AMONESTADO? 

a) Comentario preliminar
       Lo primero que cabe decir, es que el A. falsea mi posición (descuento que de modo involuntario). Me achaca haber retrocedido en mi posición, señalando en un momento dado que “pasamos de la excomunión al descontento de Roma”. Y en realidad, lo que sí he dicho y adelantado es que parece haber elementos suficientes para tener a Perón como excomulgado por la Iglesia (citando aquí al Dr. Caponnetto). El propio A. manifiesta –en su introducción- que considera un “desacierto” el título de mi escrito, ya que: «decir “excomulgado o no”, desplaza la tesis central de mi brevísimo escrito». Es decir, queda claro ya desde el mentado título y del texto que no conviene descartar ninguna tesis, y que lo que pretende el A. como cuestión zanjada, no es tal y explico el por qué, ofreciendo elementos atendibles. De modo que mi principal objeción se dirige al carácter taxativo que otorga a su afirmación. Cuanto motivó mi respuesta, como cuadra, no fue exclusivamente el asunto de la excomunión, sino, como reconoce el A., la relación Perón-Iglesia-catolicismo. Ahora bien: si mi escrito se desvía de la cuestión central -como asegura el A.-,  cabría preguntar en primer término por qué le dio respuesta (recuérdese que ya hemos advertido líneas atrás que el primero en abordar estas cuestiones que, al aparecer, desplazan su tesis central, ha sido él). 
       El autor sí concede, en cambio, que existió una amonestación formal por parte de la Iglesia a Perón; lo cual pareciera aliviarlo, como si aquella hubiera estado motivada por olvidar un ayuno. No obstante, como veremos más adelante, parecería claro que Perón estuvo incurso en un tipo específico de excomunión. Pero paciencia: ya llegaremos a ello.

      El A. comienza advirtiéndonos que la única vía para refutar su artículo es “mostrar un documento, firmado por S.S. Pío XII, que nombre a Perón y diga que éste está excomulgado”. Prima facie, el requerimiento no parecería descabellado. Empero, sí sorprende –tal vez en demasía- que quien lo exige ignora o desestima toda clase de documentos que prueban las dobleces y claudicaciones de su defendido. En rigor, utilizando una varilla similar, bien podríamos pedirle al peronismo que presente al menos uno de los siguientes documentos, cumpliendo ciertas disposiciones: 1) Documento que certifique que a Perón lo volteó la masonería y que ésta fue la –única o no- responsable de la quema de los templos católicos (con rúbrica del Gran Maestre de la Gran Logia de Inglaterra); 2) Documento que certifique que a Perón lo volteó el Reino Unido (en papel timbrado y con membrete oficial del Gobierno de Su Majestad y firma electrónica de Winston Churchill); y 3) Documento audiovisual que demuestre que los responsables de quemar la bandera argentina el 16 de junio de 1955 fueron los opositores del peronismo. ¿Por qué en estos casos no obra el A. con la misma rigurosidad documental que luego reclama a otros? ¿O se nos acusará de papelistas o fetichistas documentales
       Lo que es claro es que lo que busca el peronismo, viendo imposible rechazar el hecho de la persecución de Perón a la Iglesia y su doctrina, es jugar a todo o nada su única carta. Irremediablemente, se han convencido que probado que Perón no fue excomulgado, entonces no habría nada de que preocuparse y que peronismo y catolicismo serían totalmente compatibles. ¿Pero tienen realmente la carta ganadora en este juego? 


b) ¿Excomulgado o amonestado?
       El  A. comienza transcribiendo algunas distinciones contenidas en la obra del prestigiosa canonista  Ana María Ortiz Berenguer («La Doctrina Jurídica sobre la Excomunión, desde el Siglo XVI al “Codex Iurici Canonis”», 1980), haciendo hincapié en los distintos tipos y subtipos de excomunión. Y aún así, equivoca la especie a iure, afirmando que los autores “hablan de su imposición automática ipso iure, ipso facto; mientras que al hacerlo de la excomunión ab homine, exigen la moción y la sentencia del juez”. Lo cierto es que -como queda consignado en la p. 487 del citado trabajo- existen casos en que la excomunión a iure requiere monición canónica antes de su sentencia previa y otros en que es necesaria la citación e indagación judicial (como en la ferendae sententiae o en la denuncia pública de la excomunión). Es decir, no necesariamente el a iure es ipso iure. 
       A renglón seguido, el A. olvida otros necesarios distingos y se centra de lleno en la excomunión ferendae sententiae, por ser éste el tipo de excomunión reservado al pontífice que –a su juicio- hubiera correspondido a un jefe de Estado. A esta altura, la maniobra resulta más que evidente. Lo grave aquí no es lo que dice sino lo que omite, pues es justamente aquella omisión la que comienza a probar equivocada su tesis. Dicho sencillamente: que la ferendae sententiae pueda no ser aplicable al caso concreto de Perón, no significa que no existan otros tipos de excomuniones que puedan haberle cabido al imputado (haya sido éste presidente, rey o labrador). 
       Dando mayores precisiones, nos dice que la excomunión a un presidente, y en el caso de Perón, solo podría aplicarse de ser vitanda, ab homine, particularis, nomitatim y ferendae. No obstante, apoyándonos en la misma fuente del A. (Ortiz Berenguer) (14) y en el Código de Derecho Canónico de 1917, se puede concluir que la de Perón fue: a) una excomunión a iure, esto es, como consecuencia del peso que la misma ley sancionatoria tiene sobre el que delinque con sanción excomulgatoria prevista; b) pública, puesto que fue publicada por la autoridad eclesiástica que la promulgó, y  también a través de la notoriedad de los hechos que provocaron escándalo en grado sumo; c) tolerati, porque no obligaba a los fieles a abstenerse de intercatuar con los castigados; d) reservada, sólo pueden ser remitidas por aquellos a quienes la misma ley habilita a absolver. Como afirma el Dr. Caponnetto, el texto excomulgatorio del 16 de junio de 1955, originado en la Sagrada Congregación Consistorial, con las firmas del Cardenal Piazza y Monseñor Ferreto, “convertía técnicamente a Perón en un excomulgado tolerado, de facto y a fortiori; esto de acuerdo al canon 2258 entonces vigente; en un sujeto incurso en la excomunión latae sententiae en concordancia principalmente con los  cánones 2343 y 2334 del Código de 1917. En un excomulgado no vitando...”.     Conviene advertir que es mayor la gravedad de la excomunión latae sententiae que la ferendae sententiae, puesto que la primera se aplica de modo automático cuando los hechos son más que evidentes, y la segunda requiere de un proceso y mayores formalidades justamente porque éstos no lo son.
       Creemos que se equivoca el A. al recurrir de modo casi sistemático al canon 1557,1. ¿Qué dice el mentado canon?: “cardenales, reyes, presidentes de repúblicas, y en general a todos los que ejercen el supremo principado de los pueblos, sólo pueden ser excomulgados por el papa”. Punto. Nada más que decir: nos avisa el A. que el debate está zanjado. ¿Es así?  En absoluto. Existen por lo menos dos hechos concretos y entitativos que lo prueban equivocado y que terminan por confirmar la existencia de la excomunión a Perón. El primero es la excomunión pública y formal del gobernador de Buenos Aires Carlos Aloé por parte de Monseñor Antonio Plaza en junio de 1955. (15) A nadie se le ocurrió invocar el mentado canon para declarar la invalidez de aquella pena (¿o no detentaba acaso el excomulgado el supremo principado de un pueblo?). El segundo hecho que debería resultar cuanto menos sugestivo, es que tampoco fue invocado para el caso de Perón y su régimen, al que la Iglesia argentina tenía claramente como excomulgado y que, a pedido del vaticano, convocó a la Asamblea Plenaria de Emergencia para comunicarlo públicamente a los católicos. 
       A fuer de terminar de cerciorarme sobre la aplicación del citado canon, consulté la opinión del Dr. Caponnetto, quién discurriendo a su vez el tema con un canonista me ofreció una respuesta que creo dilucida la cuestión. Cito literalmente un breve fragmento para se entienda mejor y nada se pierda: 

      “El canon 1557 inserto en el Libro IV (De los Procesos) Sección I Título I, Del Fuero Competente, enumera los casos, en razón de las personas, en los que el Sumo Pontífice se reservaba la facultad de Juzgar como Juez en materia eclesiástica. Porque aunque la perversión democrática dominante en nuestros días no pueda inteligirlo, el Romano Pontífice tiene jurisdicción inmediata y universal sobre todos los fieles, en su total magnitud, por lo que también es Supremo Legislador, Supremo Juez y Supremo Gobernante. Entonces, las personas mencionadas en el canon 1557 de ningún modo “sólo pueden ser excomulgados por el papa” –de un modo exclusivo y excluyente- sino que el Papa se reservaba el juzgarlos o intervenir en los litigios en que ellos fueran parte, no sólo de naturaleza penal, sino por ejemplo en nulidades de matrimonio, de sagrada ordenación, disputas por derechos de patronato, contratos en general, etc.  Por eso este canon está en el Libro IV (Liber Quartus. De Procesibus. Pars Prima. De Iudicus.Sectio I, Titulus I, De Foro Competenti) que indica qué tribunal tiene competencia y jurisdicción, facultad para decir el derecho, en cada caso. En la práctica –y avalado por los mismos intérpretes formalmente autorizados del Código- el Papa puede y debe en tales casos, como Supremo Juez, delegar a tribunales pertinentes las resoluciones por tomar. Aún en los casos de causae maiores que contempla el canon 220. Es cierto que el canon 2227 remite a la enumeración del punto 1° del canon 1557, donde se hace referencia a los gobernantes, estableciendo que: “solamente el Romano Pontífice puede aplicar o declarar penas contra aquellos que se trata en el canon 1557, 1°. Pero la distinción que imponen estos dos términos debe ser atendida. El “aplicar” hace referencia a que sólo el Pontífice podía imponer la pena si se trataba de una que dependiera del resultado de un proceso plasmado en una sentencia, es decir ferendae sentenciae; en cambio si la persona ya había incurrido en pena de excomunión el delito había pasado la etapa de consumación y agotamiento, el Papa solo “declaraba” al reo ya incurso en el ella (…) Hay una concordia entre ambos cánones. A los altos dignatarios, reyes, presidentes, cardenales, etc, el Papa los juzga como Supremo Juez; y en caso de tener que declararlos incursos en una excomunión latae sententiae podía hacerlo personalmente o delegando a una autoridad competente como la Congregación Consistorial que obró en el caso de Perón (…)”. (16)

      Creemos que lo referido hasta el momento resuelve la cuestión de un modo definitivo. Si acaso en algún momento albergaba alguna duda, gracias al A., ahora todo es claro: Perón fue excomulgado. La cuestión central en este punto, ya ha quedado respondida. 

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       Otro factor a tener en cuenta, que tampoco obra a favor de la tesis del A., es que previo a proceder a una excomunión, la Iglesia Católica analiza no sólo la gravedad del delito y la contumacia del delincuente, “sino también la condición de las personas que deben ser excomulgadas, de manera que realmente sea un remedio”. El canonista Van Espen señala dos medidas prudenciales:

     “a) que no se arranque el trigo, queriendo arrancar la cizaña. Puede ocurrir si el crimen es tan notorio y tan claramente detestado por todos que no hay peligro de cisma; en este supuesto más vale conservar diligentemente la caridad. Sin embargo si no cabe la convivencia pacífica es preferible corregir de esa manera; b) no se debe proceder fácilmente a la excomunión cuando el crimen o la persona que debe ser excomulgada tienen sociam multitudinem. Es el caso de los Príncipes y ministros. La razón de esta prudencia es doble: a) los súbditos siguen con el deber de obedecerles en los asuntos temporales y puede haber defensores de dicho crimen, b) la experiencia demuestra que se produce más turbación que edificación. Puede señalarse que de jacto la Iglesia apenas ha utilizado la excomunión contra los príncipes”. (17)

      Es decir que aún existiendo evidencia suficiente de la culpabilidad y contumacia del sujeto –cualquiera su condición-, para evitar un mal mayor (por ejemplo, proteger a la feligresía en un contexto adverso), la Iglesia puede optar por no excomulgar, digamos, a un jefe de estado. Resulta más que probable que la Iglesia se atuvo a este principio prudencial en el caso Fidel Castro y del régimen cubano, que en 1962 (año en que se declaran públicamente como marxistas-leninistas) expulsan del país al obispo Eduardo Roza Masvidal, y junto a él 135 sacerdotes. La persecución hacia los católicos y a la Iglesia era feroz e iba in crescendo (se expropiaron los bienes eclesiásticos, se cerraron las escuelas católicas, etc.). Como consigna el vaticanista Andrea Tornielli, a pesar de las grandes presiones que recibía el pontífice para que excomulgara a éstos, “Juan XXIII prefirió no echar leña al fuego y empeorar aún más la deteriorada situación de la Iglesia cubana”. En casos como estos vemos que, en ciertos casos, la ¨no excomunión¨ de un alto dignatario con la firma personal del Papa no necesariamente significa que no existan elementos suficientes para hacerlo. 
       Prosigamos. Párrafos más adelante, el A. hace el siguiente razonamiento: “siguiendo la imbatible lógica del autor de la refutatio, si hubo absolución hubo necesariamente excomunión por lo tanto las excomuniones nulas e injustas también son excomuniones porque tienen absolución”. Este fragmento contiene además un condimento especial, que es lo que los sajones denominarían preview of coming attractions, es decir, un adelanto de lo que está por venir. Con respecto a lo primero, reiteramos: sí, efectivamente: en el caso de Perón –vistos los elementos-, si hubo absolución, hubo de existir previa excomunión (el propio Perón, desesperado, recurrió al pontífice; posiblemente por algo más grave que haber ofendido a un ordenanza madrileño). Pero es la segunda parte de su reflexión la que llama la atención, pues pareciera estar buscando algún recoveco alternativo donde albergar su tesis. Ahorrémosle el esfuerzo: si la penalidad a Perón hubiese sido “iniusta”, en cualquiera de sus variantes canónicamente previstas (defecto de jurisdicción, defecto de justa causa, etc.), tanto en el Rescripto como en la ceremonia de aplicación del mismo se debió dejar constancia. Nada de eso sucedió. Agreguemos algo más. Si como se consigna en el trabajo Ortiz Berenguer -citando el Derecho Canónico-: “el injustamente excomulgado debe ser absuelto y además inmediatamente”, y Perón creía estar dentro de esta categoría, ¿por qué no solicitó la absolución en aquel preciso momento o en los meses subsiguientes? ¿Por qué no se preocupó por esclarecer su situación –que “tanto le pesaba”- antes de 1963, es decir, en los 8 años previos? ¿Por qué el súbito interés? Por los motivos que antes hemos enunciado y que el A. insiste en ignorar.
       Vale la pena recordar que Perón había dicho en un primer momento que no había expulsado a los obispos Tato y Novoa, argumentando que aquel “infundio” no constaba en ningún documento oficial. Aseguraba que los religiosos se habían ido libremente del país, y que una vez llegados a Brasil, éstos mintieron a la prensa internacional diciendo que habían sido expulsados. Pero poco después se descubrió que Perón había firmado un decreto del PEN del 14/6/55 mandando la expulsión, alterando incluso la fecha de salida de los obispos del país . (18)

      Madrid: 13 de febrero del año 1963. Según el A., esta fue la fecha en que el arzobispo de Madrid, Monseñor Eijo y Garay, sin nada mejor que hacer, se apersonó en la quinta “17 de octubre” para tomar unas copas y hablar de trivialidades con el exiliado. Esto lo infiere el A. por el contenido del Rescripto que el mentado clérigo dirige a Perón, concluyendo seguidamente que “lo único que confirma es la visita de Monseñor Eijo y Garay al domicilio de Perón”. Evidentemente, no ha leído el A. ¡el propio documento que reproduce! En esa carta se consigna claramente el motivo de la visita: “…para ejecución del Rescripto de la S.C. Consistorial Prot N 1147/57” (incluso lo repite al final: “Para la ejecución del presente Rescripto tendre la honra de personarme en su domicilio mañana a las 17.30 como hemos convenido”). (19) El remate final de A. es fabuloso: 

      “La pregunta que hay que hacer es qué hubiera pasado si Perón no solicitaba esto. En un acto sobrante e innecesario, Juan Perón solicita absolución ad cautelam, esto es, por precaución o preventivamente, después de haber quedado demostrada la inexistencia de un documento de excomunión formal. Tal acto no sólo habla de un gesto de humildad, grandeza y profunda cristiandad del líder de los descamisados…”.

    Va de suyo que si hubiera tratado de un acto sobrante e innecesario… ¿para qué tomarse tantas molestias? Ah, lo responde seguidamente: por un gesto de “humildad, grandeza y profunda cristiandad del líder de los descamisados”. A esta altura de la partida, uno cree haber escuchado todos los adjetivos posibles sobre el “líder”, pero éste me ha desorientado de pies a cabeza. ¿“Humilde”? ¿En serio?  Ni los más obsecuentes y aventurados panegiristas se animaron a tanto (ni incluso el P. Hernán Benítez o Arturo Jauretche)… Íbamos a objetar la “profunda cristiandad” que se le atribuye a Perón, pero nos gana de mano el A. y nos prueba equivocados con una joya que haría sombra al mismísimo San Luis IX:  

     “Beatísimo Padre:
El que suscribe, Juan Domingo Perón, domiciliado en Madrid, Ciudad Puerta de Hierro -Sector Fuentelarreina- Quinta 17 de Octubre, temiendo haber incurrido en la excomunión Speciali Modi, reservada, conforme a la declaración de la Santa Congregación del 16 de junio de 1955 (Acta Apostolicae Sedis, Vol XXII, p.412) sinceramente arrepentido, pide, por lo menos ad cautelam, la absolution.
En realidad, el que suscribe ya ha sido absuelto, por motivos de caso urgente, por su propio confesor y admitido a los Sacramentos; pero desea en todo estar en paz con la Iglesia y, por esto, ha presentado la presente solicitud, contento, además, de poder hacer este acto de humildad.”
Juan Perón.

      Si hay algo por lo que se ha caracterizado Juan Domingo Perón, y que reconocen y han reconocido sus propios escribas, es por haber sido pragmático y utilitarista (incluso lo afirma el propio A.). Que Perón desde el momento de su derrocamiento hizo todo lo posible por volver a ser presidente, no es una opinión mía sino un hecho perfectamente constatado. Lo manifiesta abiertamente el propio Perón (consultar la correspondencia “Perón-Cooke”, donde incluso llama a generar una guerra civil en el país que le permita retornar y tomar el poder). Cómo se ha dicho ya, para poder ser elegible a la jefatura suprema del estado, el candidato debía pertenecer al culto católico (mandado en la Constitución Nacional). Si a ello agregamos el hecho de que Argentina era un país mayormente católico y practicante (la tinta de la persecución de Perón a la Iglesia aún no se había secado), resulta indudable que la mancha de la excomunión (o la duda) le hubiera alejado a una parte importante del electorado. Hemos mencionado asimismo que las relaciones con el gobierno franquista, que le daba asilo, se hubiera cuanto menos deteriorado de no haber formalizado por Iglesia su vínculo con Isabel.
      Para cerrar, el A. nos hace una amable y oportuna advertencia, señalándonos luego el carácter de su argumento: “La amistad o enemistad de Perón con la Iglesia nunca puede demostrase por medio de aquellos hechos narrados por Roberto Bosca, autor que practica la herejía judeo-cristiana en diálogo interreligioso con el rabino León Klenicki (argumento ad personam, no falacia ad homiem)”. Bien: con idéntica afabilidad podría responderle que si no le gusta Bosca, podríamos poner a su disposición ciento veintitrés fuentes más del color que desee. Habiendo tomado debida nota de las infaustas prácticas de Bosca, me comprometo a no citarlo más. 
      Quid pro quo: del mismo modo, entonces, tenga a bien el A. no tomar referencias de aquel que dijo cosas como éstas:

“un judío argentino que se abstiene de ayudar a Israel no es un buen argentino”
“Siento un profundo cariño y un gran respeto por el Estado de Israel (…). Israel, durante su lucha ciclópea de varios siglos, ha dado al mundo el ejemplo de ser uno de los pueblos más patriotas de la tierra”.
“(…) si algunos pueden entender bien el justicialismo, son los judíos…”.
“Por nuestro fervor democrático fuimos y somos antifascistas y antitotalitarios y por eso luchamos denodadamente contra Hitler y Mussolini”. (20)

¿Quién lo dijo? El “fascista” Juan D. Perón.


PARTE III. CONCLUSIONES. NO SÓLO NO HAY QUE SER BOLCHE, TAMBIÉN HAY QUE PARECERLO. 
       Aquí el A. dirige al nacionalismo católico una grave acusación –como si no tuviéramos ya bastante con discutir dos tesis, ahora suma una nueva; eso sí: muy novedosa-. Los elementos en este sentido abundan y mencionarlos todos excedería los alcances pretendidos para este escrito, de modo que nos limitaremos a decir una o dos cosas. Comencemos mencionando lo que todos saben –menos el A.-: Jordán Bruno Genta escribió numerosos artículos y opúsculos donde se criticaba con vehemencia a la Revolución Libertadora y los “fusiladores”. Desde las páginas de “Combate” (el periódico que fundó y dirigió durante 10 años), desde sus conferencias, libros y opúscuos, jamás de los jamases recomendó votar o favorecer electoralmente al peronismo. Ni siquiera aprobaba el sufragio universal. 
       Del mismo modo actuó la mayor parte de los hombres del nacionalismo católico caída la figura del Gral. Lonardi. Y del mismo modo obró el propio José Luis Torres (que había apoyado a Lonardi). Ignoro qué querrá probar el A. citando las palabras que Sánchez Sorondo en ocasión al fusilamiento de José Valle, pues Lonardi ya no estaba desde noviembre de 1955. Lo mismo en relación a la cita de Rodolfo Irazusta, donde refiere una supuesta y decisiva ayuda británica en el derrocamiento de Perón, reconociendo al mismo tiempo que la dependencia económica de nuestro país con respecto a Inglaterra fue afianzada por el régimen y robustecida por Perón. Lo repetimos: el descontento de los ingleses con Perón surge recién alrededor del año 1953, cuando éste se vuelca decididamente por los norteamericanos (que competían con Gran Bretaña por los mercados internacionales y disputaban la influencia en la Argentina). Y si lo que se discute es la legitimidad de un gobierno apoyado por potencias extranjeras, habría que actuar en concordancia en los casos del golpe de 1930 y 1943 (ambos apoyados y/o gestados por Perón), que incluyeron en sus gabinetes hombres de las multinacionales yankis  y (en el segundo caso) aliadófilos. 
       El gobierno de Perón, iniciado en 1946, fue enteramente favorable a Inglaterra, quien a diferencia de los EE. UU. se negaba a condenar públicamente a nuestro país (ver al respecto correspondencia entre Winston Churchill y Franklin Roosvelt). (21) El hecho no debería haber sorprendido, ya que el “Pacto Roca-Runciman” fue obra de Agustín Pedro Justo (reiteramos: liberal, masón y pro inglés), al que Perón definía como “hombre de bien y perfecto y justo caballero”. Como estos, podríamos citar varios otros. Algo es seguro: el archivo condena claramente a Perón. 
       Lo que realmente raya en el absurdo es afirmar que hombres como Jordán Bruno Genta “apoyaron las candidaturas peronistas o manifestaban su adhesión electoral…”. ¿Fuentes? El A. ofrece la siguiente: Fares, María Celina (2004): “La unión federal: ¿Nacionalismo o Democracia Cristiana? Una efímera trayectoria partidaria (1955-1960)”, pág 7. En qué testimonio o evidencia se basa la citada autora para concluir aquel sinsentido, nuestro A. no lo dice, de modo que omite justamente el único dato que podría probar su aserción. Seguidamente, lamenta que la actitud del antiperonismo nacionalista torne «inadmisible una “opción circunstancial” a favor del peronismo para evitar un mal mayor». Pero el A. no advierte que su razonamiento parte de una premisa no necesariamente verdadera, pues asume sin discusión que el peronismo sería un mal menor. ¿Es el peronismo realmente un “mal menor”? Esto, primeramente, hay que probarlo. Y ciertamente, los datos no favorecen esta tesis: Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor y Cristina Kirchner, Sergio Massa, Miguel Ángel Pichetto, etc. (por mencionar sólo algunos)… ¿Serán todos estos infiltrados dentro del peronismo?

       Si acaso existe alguien que ha denunciado siempre al imperialismo sajón, han sido los nacionalistas católicos y los nacionalistas republicanos (mientras Perón se encontraba en sus cómodos aposentos del barrio de Recoleta, haciendo migas con los “malditos” liberales). La Rev. Libertadora tuvo legitimidad de origen, pero no así de ejercicio (de nuevo: nadie podía predecir lo que sucedería luego). Cuando se hizo evidente que ésta era un sirviente del imperialismo sajón y la masonería (como lo fue el peronismo), tanto el nacionalismo republicano como el doctrinario se hicieron a un lado y comenzaron a embestir duramente contra éste (a diferencia de los peronistas, que aún cuando estuvo claro el sometimiento de Perón hacia Inglaterra primero, y hacia los EE. UU. después, siguieron en su mayoría apoyando obsecuentemente a su líder, salvo casos puntuales ya mencionados).
        Con respecto a lo siguiente que comenta el A., convendrá advertir que no tenemos a Perón como ¨nazi-fascista¨ sino por lo opuesto. ¡No lo criticamos por nazi-fascista sino por haber sido todo lo contrario a ello! Por otro lado, con respecto a la lucha ideológica entre liberales y nacionalistas existen distintos trabajos (Por ejemplo, don Antonio Caponnetto ha dedicado para importante de sus tres extensos volúmenes a hacerlo, en “Los críticos del revisionismo histórico”). (22) De manera que esta cuestión se encuentra completamente zanjada. Qué el liberalismo se encuentra en las antípodas del nacionalismo, es claro (lo que no significa, por cierto, que ciertas corrientes conservadoras no puedan tener aciertos en algunas cuestiones y que pueda desarrollarse un diálogo en torno a ellas. 
       De todos modos, soy bien consciente de la procedencia de esta crítica solapada, y tal vez sea éste el momento de clarificar mi posición (aunque ya lo he hecho antes). Sí, conservo una amistad con los señores Nicolás Márquez y Agustín Laje Arrigoni. Sí, considero que el trabajo que se encuentran haciendo en defensa de la vida es realmente magnífico (lo cual no necesariamente comparte el nacionalismo católico ni ciertamente el profesor Caponnetto, cuyo rechazo a éstos es público y notorio). Mis coincidencias con los mencionados se circunscriben a temas específicos. Ahora, ¿prueba esto una adhesión al “liberalismo”? Poseo también algunos amigos peronistas con los que puedo coincidir en ciertos asuntos e incluso realizar actividades. Lo mismo: ¿prueba esto una adhesión al peronismo? Parecería mentira tener que explicar tamañas obviedades. No obstante, resulta curioso que no se haga la misma objeción al canal peronista “TLV1”, que ha invitado en varias ocasiones a Laje y a Márquez, difundido sus trabajos y compartido sobremesas. Y entonces, ¿Quiénes son los gorilas?

       Lo que motiva mi insistencia con este tema, es claro. Lo que preocupa del peronismo, ciertamente, no es que  sea o se declare como antiliberal (el peronismo ha sido y es, ha funcionado y funciona, en plena concordancia con el régimen liberal, del que forma parte sustantiva); el liberalismo es solo una pata del problema- sino que sea marxista y/o que actúe como tal. Hasta la llegada del peronismo, el nacionalismo estaba vacunado contra el marxismo. Fue el peronismo el que infectó de aquella ideología al nacionalismo, desviando así su posición original (que era tanto antiliberal como antimarxista). Estamos hoy ante el lamentable espectáculo de “nacionalistas” peronistas integrando las huestes kirchneristas, morenistas y distintas sectas nacional-bolcheviques. A esto ha llegado el peronismo “ortodoxo”. Con justicia, me recordarán algunos que, ciertamente, hay dentro de ese grupo algunos enemigos del marxismo. Y esto es indudable. Pero, así como me advirtiera el A., invirtiendo la máxima, podría señalarle lo siguiente: no solo no hay que ser bolche, también hay que parecerlo.


Cristián Rodrigo Iturralde
1/12/2018




NOTAS 

1)El artículo de Lucas Carena al que nos referimos se titula “Contra factum non valet argumentum” y puede consultarse en el siguiente enlace: https://liclucascarena.wixsite.com. El artículo mío al que responde puede consultarse aquí: http://cristianrodrigoiturralde.blogspot.com/. 
2)Horacio Verbitsky, “Cristo Vence” (tomo I, “De Roca a Perón”), Buenos Aires, Sudamericana, 2011, página 265.
3)Una breve sobre el sacerdote peronista Virgilio Filippo (a quién recurre el A. por algún motivo que desconozco): en su libro “Imperialismos y masonería” (que cuenta con una introducción de Leonardo Castellani y prólogo de Julio Meinvielle), reconoce que “la masonería influyó para que Perón iniciara su nuevo frente al permitir que se desenvolviese el conflicto con la Iglesia Argentina. Y el peronismo se valió de su andamiaje, los católicos, para una obra de confusión nefasta”.  Filippo alertó constantemente a Perón sobre la acción de la masonería, pero el líder jamás acusó recibo, teniendo al curita como un “loco bueno”.Páginas más adelante (p. 167), continúa, diciendo lo siguiente: “Ante Perón denuncié la Masonería como el Principal enemigo de todo poder que no le esté sumiso. Lo denuncié en artículos periodísticos y en proyectos de ley en el Congreso, la denuncié de viva voz en debates parlamentarios. La denuncié en conversaciones privadas con Perón siendo presidente. Total nada. Digo más; el mismo catalogó estas advertencias sin valor. Ahora es él quien denuncia, a la Masonería, en su libro: Del poder al exilio, como y quienes me derrocaron”.
4)Por último, para cerrar este punto, conviene advertir que el mismo A. que me reprochaba haberme ido ¨por la tangente¨, trae ahora al partido la constitución de 1949. No es éste el lugar o el momento para extendernos en ello, pero se me disculpará una breve intervención, que podrá serle de utilidad al objetor: no hubo necesidad por voltear la constitución peronista, pues ya se había encargado el propio Perón de destruir aquel “bastión fundamental de la soberanía nacional” (como lo llamó Scalabrini Ortíz), que era el famoso artículo 40. Primero intentó evitar su inclusión, y con el hecho consumado a sus espaldas (que lo enemistó con sus redactores), se encargó luego de desestimarlo en 1955 (caso Standard Oil). El dato de color es que ¡terminó persiguiendo y mandando al exilio al propio Arturo Sampay! Deliberadamente hemos ubicado esta objeción como nota a pie de página: a fuer de no desviar la atención del lector del asunto abordado.
5)Eva Perón, “Historia del peronismo”, Bs. As., Presidencia de la Nación, Subsecretaría de Informaciones, 1953. Fragmento publicado por Milcíades Peña en su “Historia del pueblo argentino”, Buenos Aires, Emecé, 2012.
6)“Correspondencia Perón-Cooke”, Buenos Aires, Granica Editor, 1973, tomo 1, p. 15.
7)Ídem, p. 23.
8)Ibíd., p. 103.
9)Ibíd., p. 190.
10)Cfr. https://www.infobae.com/politica/2017/07/08/la-carta-de-peron-a-mao-llevada-por-militantes-que-iban-a-entrenarse-a-china/.
11) Cita de “El Diario”, Córdoba, 9 de octubre de 2016. Cfr. https://www.eldiariocba.com.ar/lo-que-juan-domingo-peron-pensaba-de-ernesto-che-guevara/.
12) “El pacto Perón-Israel y el presunto nazifascismo  de Perón” (Buenos Aires, Grupo Unión editorial, 2017) y “Perón, retrato de un farsante: verdad y realidad de un mito argentino (1943-1974)” (Buenos Aires, Bella Vista Ediciones, 2017).
13) En  relación al oprobioso ¨liberalismo anglosajón¨, será necesario recordar que su poder residía no solo en sus inversiones en el país, sino, primeramente, en el monopolio ostentado en nuestro mercado de exportaciones, donde pagaban monedas por nuestros productos de primera calidad –cuando pagaban- para revenderlos luego al resto de Europa a tres o cuatro veces su valor. Y Perón fue un fiel continuador del “Pacto Roca-Runciman”, salvando además a la fragilísima Inglaterra de posguerra de la bancarrota (no solo por el mentado bilateralismo, sino también con la nacionalización de los deficitarios y destruidos trenes; que los ingleses venían intentando vender al Estado argentino desde 1930). Pero este tema da para otro escrito.  
14)“La doctrina jurídica sobre la excomunión, desde el siglo XVI al <Codex Iuris Canonici>”, 1980.
15)CEA Asamblea Plenaria del Episcopado, del 1 al 7 de junio de 1955, Archivo CEA. Citado en Horacio Verbitsky, “Cristo Vence. De Roca a Perón. La Iglesia Argentina. Un siglo de historia política (1884-1983)”, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, nota 1174.
16) Consulta realizada el 30/11/18.
17)Van Espen, “Lus Ecclesiasticum”, p. 207. En Ana María Borges Chamorro, “La naturaleza jurídica de la excomunión”, 1982.  Cfr. https://dadun.unav.edu/bitstream/10171/10233/1/CDIC_II_02.pdf.
18) En Hugo Gambini, “Historia del Peronismo. La obsecuencia (1952-1955)”, Buenos Aires, Ediciones B, 2013.
19) Los textos completos de las cartas fueron publicados en La Opinión del 13/8/71. Ver Hugo Gambini, “El peronismo y la Iglesia”, Buenos Aires, CEAL, 1971 (allí se reproducen todos esos documentos).
20) Juan Domingo Perón, en Cristián Rodrigo Iturralde, “El pacto Perón-Israel y el presunto nazifascismo de Perón”, Buenos Aires, Grupo Unión Editorial, 2017, cap. VI. Sólo hemos citado unos pocos ejemplos de la adulación del mandamás justicialista hacia los hebreos e Israel. No todo quedó en palabras, ciertamente: el filosemitismo y la postura pro-israelí de Perón queda consignado en su apoyo moral, político y económico a Israel. En trabajo mencionado.
21)Ver Alejandro Bendaña, “Roosvelt, Churchill y la neutralidad argentina”, Todo es Historia, pp.6-38, Octubre de 1976. Nro. 113.
22) El primer tomo (517 pp.) de la trilogía fue editado por el Instituto Bibliográfico “Antonio Zinny” en Buenos Aires, en 1998. El segundo fue publicado en el 2006 (620 pp.) y el último en el 2012 (531 pp.).















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