Algunos
días atrás, anoticiado de la existencia de esta serie y de algunas de las
polémicas desatadas en España en torno a su estreno, me decidí por verla.
El
augurio era bueno, pues dado el estado actual de las cosas, es decir, de la
regencia de la dictadura del Pensamiento Único, el mero hecho de la tentativa
de prohibición asomaba a priori cual señal inequívoca de un esfuerzo serio y
objetivo de reconstrucción histórica. Abrigaba fundada esperanza de que, tal
vez, sobreviviera en soledad e inadvertida alguna grieta en el sistema por cual
pudiera filtrarse algún destello de sensatez.
Si
bien es claro que los censores literarios del régimen se caracterizan por su
diligencia e implacabilidad, no son completamente infranqueables. Poco pudieron
hacer frente a resolutos y corajudos directores como Mel Gibson y Dean Wright,
cuyas obras, si bien sometidas a la crítica más despiadada y luego sentenciadas
al ostracismo más atroz, pudieron ver la luz; al menos por un instante.