Algunos
días atrás, anoticiado de la existencia de esta serie y de algunas de las
polémicas desatadas en España en torno a su estreno, me decidí por verla.
El
augurio era bueno, pues dado el estado actual de las cosas, es decir, de la
regencia de la dictadura del Pensamiento Único, el mero hecho de la tentativa
de prohibición asomaba a priori cual señal inequívoca de un esfuerzo serio y
objetivo de reconstrucción histórica. Abrigaba fundada esperanza de que, tal
vez, sobreviviera en soledad e inadvertida alguna grieta en el sistema por cual
pudiera filtrarse algún destello de sensatez.
Si
bien es claro que los censores literarios del régimen se caracterizan por su
diligencia e implacabilidad, no son completamente infranqueables. Poco pudieron
hacer frente a resolutos y corajudos directores como Mel Gibson y Dean Wright,
cuyas obras, si bien sometidas a la crítica más despiadada y luego sentenciadas
al ostracismo más atroz, pudieron ver la luz; al menos por un instante.
Pensé
que podía tratarse aquí del mismo caso. Me equivoqué.
Desde
luego no pretendía toparme con la Isabel de Thomas Walsh o de Andrés
Bernáldez… pero tampoco con una trazada por levantiscos de Flandes.
La
serie consta de más de 30 capítulos –va por la tercera temporada- de cerca de
60 minutos cada uno y es furor en España. Hace pocos días, la emisión de su
último capítulo ha batido su récord de espectadores: 5.5 millones. Es una de
las series españolas más ambiciosas de los últimos tiempos, con un presupuesto
de casi 600.000 euros por capítulo.
He
observado con detenimiento los primeros tres capítulos, y debo decir, a mi
humilde entender, que no hace falta más. Al menos para entender que estamos
frente a una ficción y no ante Historia novelada.
Más
allá de algún acierto y de algún diálogo sustancioso, queda todo bien pequeño
ante los lugares comunes de la
Leyenda Negra que se reproducen allí una y otra
vez: una monarquía corrupta de cabo a rabo, una religiosidad laxa y subvertida,
personajes funestos, obispos felones, calculadores y cobardes, arzobispos
encamándose con cortesanas, intrigando y aliados con criminales y asesinos,
sacerdotes intentando violar sexualmente a Isabel de Portugal, reinas
cristianas adulteras practicándose abortos; papas y legados pontíficios ávidos
de dinero; un rey homosexual, etc. A esto habrá que sumar inexactitudes y
mentiras históricas y no pocas escenas de violencia y sexo completamente
innecesarias a la trama.
Apenas
comenzado el capítulo tercero de la teleserie se pone en boca de un campesino
cristiano lo siguiente: ¨si rezar sirviera de algo, no estaríamos como
estamos¨. Acto seguido, su hija es violada repetidamente y asesinada por el
sádico jefe militar y pretendiente de Isabel, Pedro Girón.
En
rigor, ni la propia Isabel se salva completamente. A excepción de alguna escena
aislada donde se la muestra postrada rezando devotamente, aparece como una
adolescente excesivamente calculadora y pragmática que, oprimida por el
sinnúmero de intrigas palaciegas y por los vejámenes a que es sometida por su
hermanastro Enrique IV y su esposa, jura venganza. Esta es la motivación
que mueve inicialmente a Isabel a anhelar y ocupar el trono.
El
bando que lucha por los derechos de Isabel es mostrado tanto o más criminal que
el de los beltranjeos; de modo que al terminar de ver la serie comienza
uno a cuestionarse seriamente la legitimidad moral y política (al menos de
Origen) del reinado de los Reyes Católicos.
Pareciera
que en la España del
siglo XV -del primero al último de sus hombres- no había más que burdeles,
corruptos y homicidas. El único personaje de la ficción que recibe un trato
deferente es el marrano Andrés Cabrera, consejero y tesorero del rey Enrique, a
quien se muestra honrado, fiel y valeroso.
Alguno
podrá objetar y argüir con justicia que la serie tiene algún elemento
verdadero, algún acierto, alguna virtud. No lo niego. Pero, paradójicamente,
aquí reside el mayor de sus peligros. Como señala el profesor Caponnetto, en la
comparación entre lo bueno y lo malo pierde lo bueno. De modo que el
televidente no pensará cuan buena y piadosa es Isabel, sino que habrá hecho la
reina para estar involucrada en tales conjuras y con tan despreciables
personajes.
En
suma, ¨Isabel¨ adolece de los mismos defectos que el Código Da Vinci:
desembozados prejuicios anticatólicos y falta de rigor histórico.
Al
menos así lo veo yo.
C.R.I.
y que esperabas? a una isabel sumisa, melancolica, incapaz y resando todo el dia por un mundo mejor? para enfrentar al mundo hacen falta mujeres con las agallas de isabel. asi es como se llega al poder. no con verguenza, miedo y suplicas. tipico pensamiento cristiano ortodoxo.
ResponderEliminarPues si, se gana con agallas, pero también con súplicas. Lo que nosotros queremos es una Isabel real y celosa (celo por las almas) por la Cristiandad.
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