¿TRANSGRESORES?
Por Cristián Rodrigo Iturralde
HAY que decirlo alguna vez: a efectos prácticos, el llamado progre tranagresor de nuestros días y en nuestros pagos, contrariamente a lo que cree, no es más que un monótono conservador de fea cepa; un protector incondicional del statu quo y del Nuevo Orden Mundial impuesto por el establishment anglosajón. Así las cosas, pues, suscriben sin chistar a todo cuanto la ONU y los Foros internacionales adscriben. Ergo, este triste progre de izquierdas hoy predominante, de moda, y estatalmente subsidiado, de revolucionario tiene muy poco. De antisistema, menos.
Lo verdaderamente transgresor en nuestros días es defender el Orden Natural, la Religión Verdadera, nuestras costumbres y tradiciones, el noble legado de la hispanidad; la patria católica.
Lo verdaderamente agitador e innovador es defender el Orden a pesar de la maquinaria represiva estatal y de la condena social que nos puede traer aparejada tal desobediencia. Algo similar parecía inteligir uno de los mejores espíritus del Movimiento de Oxford, Gilbert K. Chesterton, cuando afirmaba lo siguiente:
"El hombre realmente valiente es aquel que desafía tiranías jóvenes como el alba, supersticiones frescas como las primicias en flor (...) Aquel a quien le importa tan poco lo que será como lo que ha sido; a quien sólo le importa lo que debería ser".
Dicho esto, entiendo que habría que advertir una o dos cosas a aquellos entusiastas defensores del régimen que quedan en una suerte de trance cada vez que alguien amaga esbozar algunas de las palabras comodín en boga, como otrora lo hicieron bajo la —aún vigente— consigna tripartita de los jacobinos franceses.
Evolución supone o implica desarrollo, y éste puede ser positivo o negativo, en una enfermedad, por ejemplo. El mismo término progreso, según el DRAE, significa primeramente avanzar (sólo una acepción vincula al vocablo con el verbo mejorar). Lo que no especifica es hacia dónde. Avanzar hacia una cueva de lobos o dar un paso adelante en un precipicio sería tan progresista cuanto funesto para quien lo intentase. Si el pensamiento no precede a la acción (o si estuviera sustentado por sofismas y no en las reglas clásicas de la lógica) tal avance podrá ser mortal. El progresismo o modernismo, lejos de constituir una corriente innovadora es, en realidad, anticuada y caduca, cronológicamente hablando, pues no resulta más que un compendio de viejas herejías, errores, y de todo cuanto detestaron y combatieron los mejores hombres de la Tradición.
Si de igualdad hablan ya la han practicado. Destruyeron toda noción de jerarquía y toda diferenciación legítima, y nos sumieron en igualdad de pobreza, en igualdad de putrefacción y de degeneración moral, dejando a todos igual de muertos, física o espiritualmente. Si no ambas cosas, y de modo trágico por lo que estamos presenciando últimamente.
La democracia fusiona lo peor de todos los sistemas peores, no sólo igualando desembozada y despreocupadamente al burro con un gran profesor, al vago con el voluntarioso trabajador, al hombre decente y honesto con el criminal, sino incluso ubicando a éste último, al invertido y al corrupto, por encima —social y jurídicamente— del hombre íntegro. El único "beneficio" que parece haber traído la democracia es dejar elegir al pueblo quien lo va a atrepellar.
Mientras ese pueblo elector de sus verdugos lucha por sobrevivir, el Estado le paga las siliconas al travestido y le ofrece una jugosa remuneración. Los presos cuentan con su propio sindicato y perciben un sueldo, cuando no se fugan en masa. Los políticos continúan con sus fueros y sus prebendas, y el Régimen —gobierno y oposición, por darle un nombre— goza de libertad para robar, trasgredir, mutilar la historia, insultar la religión, profanar templos y disolver cultural y territorialmente la Patria.
En materia de Fraternidad, para completar la trilogía, el Estado se reserva el derecho de aplicarla a aquellos que le son obsecuentes y electoralmente dóciles, mientras a la par azuza la lucha fratricida entre argentinos.
Suele atribuirse a Sir Winston Churchill la conocida sentencia de que quien no es comunista a los veinte años no tiene corazón; quien es comunista a los cuarenta años no tiene cabeza. El caso argentino —según irrefutable evidencia empírica— impondría un aforismo que sería algo más o menos así: "quien no es nacionalista de los veinte años hasta su muerte no tiene corazón ni cabeza ni perdón". •
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