PRÓLOGO A GEOPOLÍTICA Y ABORTO DEL DR. JOSÉ ARTURO QUARRACCINO
Por Cristián Rodrigo Iturralde
La amenaza más grande que sufre la paz hoy en día es el aborto, porque el aborto es hacer la guerra al niño, al niño inocente que muere a manos de su propia madre
Santa Teresa de Calcuta
Debería resultar singularmente llamativo el hecho de que en un lapso de sólo 20 años, el mundo –y particularmente nuestro país, Argentina- haya sido testigo de tan radical transformación social, invirtiéndose prácticamente todos los paradigmas conocidos y tenidos históricamente como verdades objetivas e inconcusas. Vano será rastrear en las crónicas de la Historia casos análogos –a excepción, claro, de los regimenes totalitarios - de tan dirigidos, radicales, abruptos y entitativos cambios reñidos tan alevosamente con la Ley Natural, la dignidad humana e incluso con la Ciencia (convergentes todos en el odium Christi; a Quien en primer lugar va dirigida la embestida. No hay que olvidarlo).
Como señala claramente José Quarracino, esta corriente no responde a un devenir casual sino enteramente causal, deliberado, dirigido, producto de maniobras de reingeniería social minuciosamente diseñadas por distintas usinas de pensamiento, forjadas inicialmente por los dueños de las finanzas mundiales y sospechosa e inexplicablemente continuadas y “popularizadas” por organizaciones con apariencia y fraseología marxistas o progresistas, e internacionalmente promovidas y financiadas en forma suculenta (particularmente a través del Foro San Pablo y de la Organización de las Naciones Unidas y sus órganos laderos). Lo objetable y singular del caso –además del carácter subrepticio y forzado de tales políticas– son las irrisorias justificaciones esgrimidas a tal efecto: todas contrarias al más elemental sensus communis, al bien colectivo de la sociedad y al interés nacional.
Sin decir “agua va”, casi en un abrir y cerrar de ojos, la tradición y todo valor perenne se han vuelto anatemas. Lo que otrora –y hasta hace muy recientemente– era considerado por el hombre y los Estados como crímenes y desviaciones contranaturales –de consecuencias sociales devastadoras y contrarias al interés nacional y la dignidad humana– pasó lentamente a constituirse, por presión e imposición internacional, en derecho inalienable. A través de un despliegue propagandístico descomunal (solventado por las instituciones sinárquicas) y a partir de la otorgación de jerarquía constitucional a determinados tratados internacionales (ideados por los enemigos históricos de la nacionalidad y la religión), el sinsentido y la pedagogía de la muerte se han impuesto. Hechos ley en tiempo récord y desoyendo el sentir popular, los Estados nacionales asumen ahora como propia la tarea de velar por su consecución y cumplimiento efectivo, creando organismos ad hoc a tal efecto (en Argentina esta función la cumple acabadamente el INADI, el Centro de Estudios Legales y Sociales [CELS], el Centro de Estudios de Estado y Sociedad [CEDES], la Fundación para la Salud del Adolescente [FUSA], etc.).
Simultáneo a este devastador proceso se ha orquestado -desde el propio Estado- una campaña de criminalización social de todo aquel que disienta con este Pensamiento Único, siendo pasibles sus díscolos de ser castigados penalmente (cárcel, multas, inhabilitaciones, etc.). Los casos al respecto abundan y son de público conocimiento, motivo por el cual no hemos de mencionarlos aquí. Resulta interesante reparar en que los mismos grupos que hace algunas décadas levantaban las banderas del “prohibido prohibir”, hoy –habiendo logrado el poder- claman por el “prohibido disentir”. Realidad a la que en algún momento hizo expresa alusión George Orwell, desde una de sus obras maestras: Rebelión en la Granja.
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Indudablemente, de todas las aberraciones propuestas por este Novus Ordo Seculorum o marxismo-progresismo cultural (que ciertamente no excluye a sectores de lo que genéricamente denominaremos ¨derechas¨), la práctica del aborto se encuentra a una escala infinitamente superior de salvajismo, constituyendo el más bestial y vil que recuerden los anales históricos (tal es así que el emperador Nerón queda reducido a un mero novel). Como destaca Quarracino, la promoción del infanticidio a nivel mundial responde al macabro plan del -eufemísticamente llamado- ¨Control poblacional¨, ideado por Henry Kissinger, siguiendo las teorías maltusianas (cuya falsedad ha sido consignada largamente). A estos efectos, el 10 de diciembre de 1974, el Consejo de Seguridad Nacional de EEUU promulgó un documento secreto titulado National Security Study Memorandum 200 (luego conocido como el ¨Informe Kissinger¨), donde alegando que la explosión demográfica constituía una amenaza para la seguridad nacional -y los intereses económicos y geopolíticos estadounidenses-, plantea la necesidad de promover y financiar el filicidio a escala mundial (especialmente en los países categorizados como tercermundistas). Este informe constituye el plan matriz de lo que ha resultado ser la promoción de un verdadero Imperialismo del Holocausto demográfico, que en los últimos años se ha cobrado anualmente la vida de más de 40 millones de seres humanos, según datos oficiales de la División Población del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la Organización de las Naciones Unidas.
El informe se encuentra disponible al gran público, pero resulta interesante reparar en las distintas estrategias que propone para la consumación del objetivo, insistiendo en la necesidad de utilizar eufemismos y de distorsionar cierta información, para de este modo esconder las motivaciones imperialistas, evitando así el rechazo a priori y masivo de tal disposición entre la población general. Así, entre otras cosas, recomendaba a las agencias del gobierno de EE.UU. no usar el término “control de la natalidad” para no asustar a los políticos, sino expresiones como “planificación familiar” o “paternidad responsable” (actualmente, por ejemplo, se intenta sustituir el término ¨aborto¨ por ¨interrupción del embarazo¨; lo cual es un absurdo semántico, ya que el aborto es un proceso irreversible). Propone a este propósito, en adición a métodos presuntamente preventivos, la implementación masiva de métodos esterilizadores de hombres y de mujeres. No obstante, termina concluyendo de modo taxativo que sin la implementación del aborto, ningún plan de control de la natalidad resulta eficaz. De allí la imperiosa necesidad de legalizarlo, porque constituye “la frutilla del postre” de todo el plan. Para la consumación de este objetivo, Kissinger advierte la necesidad de actuar a través de ONGs y organismos locales de cada país, a cargo –nominalmente- de nativos (a efectos de esconder la procedencia de las normativas).
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En casos como los del aborto queda de manifiesto el servilismo de las izquierdas hacia las potencias plutocráticas que claman combatir. La alineación del marxismo en particular y del progresismo en general (cualquiera sea su vertiente) con los objetivos de los poderes financieros internacionales es más que evidente. Pero estas incoherencias propias del marxismo son bien conocidas por todos y no abundaremos ahora en esto. De ello se ocupa sólidamente el autor de este trabajo en el noveno capítulo (Progresistas e izquierdistas ¨nacionales y democráticos¨ al servicio del proyecto de la plutocracia financiera mundial).
En los doce capítulos y los cuatro apéndices documentales que componen la presente obra -cuya bibliografía consultada y documentación es francamente apabullante- no deja el autor tema sin abordar. Otrosí, da en la tecla al referir el objetivo último de esta política antinatalista y de otras de símil naturaleza: la erección de un gobierno universal regido por una minoría de opulentos maximalistas. Y en rigor, resulta incontestable el hecho de que el mundo se dirige en esta dirección; cuestión que reconocen cada vez más abiertamente los propios organismos que se arrogan la representación mundial, como la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En esta línea argumentativa, escribe el autor:
Su proyecto político es el «Nuevo Orden Mundial», es decir, la implantación de un ÚNICO GOBIERNO MUNDIAL, el cual implica la Globalización económica (el mundo como una única unidad productiva), el Debilitamiento de los Estados-Nación y su reemplazo por la soberanía supranacional de una elite de intelectuales y de los banqueros mundiales, el Sincretismo cultural-religioso (una religión cósmica-universal), la ONU como sistema supra-nacional para imponer las políticas sociales, económicas, culturales que permitan el dominio del mundo por parte del Poder Financiero transnacional, y el Holocausto demográfico, indispensable para poder saquear al mundo en paz.
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En otro orden de cosas, pero en el mismo sentido, señalemos que existen numerosos motivos para oponerse al aborto, y no solo humanitarios o religiosos, sino incluso políticos, geopolíticos, económicos y socioculturales (cuestión abordada por José Quarracino y que en el pasado trataron concienzudamente hombres como Monseñor Michael Schooyans, y entre nosotros el P. Claudio Sanahuja, entre otros). Cualquier hombre de bien (cualquiera su religión, si la tiene, o filiación política) debería oponerse tajantemente no solo a su legalización sino a la aceptación social de este perverso crimen. Desde el momento que sabemos por la ciencia (a la que cuando conviene recurre el marxismo) que existe vida desde el momento mismo de la concepción, avalar la práctica del aborto es ser participe necesario de un asesinato a sangre fría, agravado por el hecho que la víctima no puede defenderse. Asimismo, la Constitución nacional –y aun el sentido común más elemental- nos dice que la libertad de una persona finaliza cuando comienza la de otra, de modo que aun concediendo que toda mujer pueda hacer de su cuerpo cuanto quiera, esto tiene el límite en su hijo nonato; a quien no tiene el derecho de privar de la vida y de su libertad.
Parece increíble tener que explicar obviedades como estas…
El discurso apologista del aborto, lo sabemos bien, además de estar plagado de variopintas falacias (algunas verdaderamente parvularias), es completamente anticientífico. Pero como lo que prima en nuestros tiempos no es justamente la razón sino lo social y políticamente correcto -que hoy es lo contra fáctico y lo contranatural-, se ha sumado a él una pléyade de artistas y opinólogos devenidos en periodistas o sociólogos. Uno de ellos es el inefable Luis Novaresio, escriba que inexplicablemente ha logrado adquirir cierta fama de respetable y ecuánime cuando en realidad, como veremos seguidamente, ha demostrado ser un estalinista de buenos modales (hasta que lo prueban equivocado, claro). Recientemente, a los efectos de discutir con él la apertura del debate parlamentario sobre el aborto en Argentina, Eduardo Feinmann le realizó una entrevista radial que logró bastante repercusión en los medios de comunicación. El conductor del programa (a la sazón acompañado por un médico) refutó con inapelables argumentos cada uno de los frágiles razonamientos de su entrevistado (reducido su discurso a una dialéctica escolar), dejando el debate zanjado de modo definitivo y a Novaresio pataleando e inmerso en su fanatismo irreflexivo. Pero lo que me dejó francamente perplejo fue otra cosa. En una parte de la conversación, Feinmann recuerda a Novaresio la evidencia científica que prueba la existencia de vida humana desde el momento de la concepción. ¿Qué responde este último? ¨Bueno, pero no hay certeza absoluta de eso, ya que algunos estudios dicen lo contrario¨. Fue toda una definición; representativa del derecho humanismo marxista: SI TENÉS DUDA, NO LO DUDES: MATÁ. (Cosas de mandinga…).
El pensador conservador Edmund Burke dijo alguna vez que “para que triunfe el mal sólo es necesario que los buenos no hagan nada”, y no se equivocaba. Dios siempre ha regalado a nuestra querida y sufrida Argentina un puñado de viriles y decididos varones para defender su buen nombre y dar el ¨buen combate¨ (y uno de ellos es el autor de este libro). Pero la urgente necesidad de la hora obliga a los patriotas a redoblar esfuerzos y recordar siempre aquella máxima sanmartiniana hoy por muchos olvidada:
Cuando la patria esta en peligro, todo esta permitido, excepto, no defenderla.
Cristián Rodrigo Iturralde
2 de abril de 2018
Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas
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