Hay puñales en las sonrisas de los
hombres; cuanto más cercanos son, más sangrientos
Si bien para la historiografía
académica y científica seria el autor de marras pertenece a un género que
podríamos calificar de personajes menores (vocero circunstancial de la Historia Oficial ),
nos vemos forzados a traerlo a esta disputa –si más no sea sucintamente-,
puesto que, ayudado por los mass media, ha logrado esparcir sus desvaríos y
errores por doquier, logrando estado público.
Lo peligrosidad de autores como el
recién mentado no reside propiamente, tanto, en la difusión de una Historia
sesgada y tergiversada –pues, embusteros, lamentablemente, jamás han faltado;
incluso en nuestra Academia Nacional de Historia[1]-
sino en su calculado direccionamiento hacia la porción del pueblo llano o
iletrado; es decir, a aquellos que normalmente no tomarían un libro de Historia
en sus manos. El estilo de escritura es Pigna es ágil, sin dudas; algo más
propio, a decir verdad, de novelistas que de historiadores. El problema es que
estos Best Sellers se presentan como manuales insustituibles de Historia. Hoy,
el común denominador de la gente los toma como referentes, citándolos sin
pausa. Y no se trata solo de hombres crecidos, sino de niños, adolescentes y
jóvenes universitarios. Salvo por los directamente panfletarios, no se tiene
recuerdo de autores tan reñidos con la investigación científica como Galeano[2]
y Pigna.
Hábiles desarrolladores de falacias,
han echado mano a todos los recursos sofísticos útiles a su objeto; algunos de
los cuales ya hemos enunciado.
El título elegido para éste
apartado no es arbitrario sino necesario y ampliamente fundado. ¿Responde
Pigna, directa o indirectamente, a intereses británicos? Es claro que así es,
pues, según enseñanza evangélica, lo que no siembra desparrama. Demos algunos
ejemplos probatorios o, cuanto menos, sugestivos de ello.
Todos
conocemos la fascinación de Pigna por Mariano Moreno, y la dedicación que ha
puesto en salvar a éste personaje de la merecida ignominia en la que se encuentra
sepultado -llegándolo a llamar el primer arquitecto de la idea de nación-.
Haciendo un poco de memoria, recordemos brevemente que, como es sabido, Mariano
Moreno –al igual que Rivadavia- fue desembozado y activo agente de los
intereses británicos en el Río de la
Plata (José María Rosa lo llamó ¨abogado de los intereses
británicos¨)[3].
¿Quién fue realmente este prócer pignista y jacobino?
Digamos, por lo pronto, que fue
Moreno quien ordenó el fusilamiento de aquel patriota cabal que fue don
Santiago de Liniers, sirviéndose para ello nada menos que de cincuenta soldados
ingleses. La impiedad y crueldad de Moreno encontró, naturalmente, gran
oposición en patriotas viriles como Manuel Belgrano, que se negaban a acatar
las medidas terroristas de éste, que, entre otras criminalidades, ordenaba, el
22 de septiembre de 1810, arcabucear a todos los sospechosos vecinos del
Paraguay y matar al Obispo y al Gobernador. El 29 de septiembre, ratificando
anterior misiva, decía a Belgrano que ¨la junta no deja lugar a la compasión o
a la sensibilidad (…) ¨. A Castelli le encomendó que dejara a sus soldados
hacer ¨estragos con los vencidos para infundir terror en los enemigos¨,
ordenando el 18 de noviembre de ese mismo año que ¨pasara por las armas
irremisiblemente¨ a todos los disidentes. La semblanza de este soldado robespierrano
ha sido trazada por historiadores de fuste y de todo signo, como Enrique Díaz
Araujo[4]
e incluso otros insospechados de hispanofilia como Ramos Mejía y Vicente Fidel
López, quien lo define como un ¨carácter detestable, hombre cortado por el
molde de los más furiosos guillotinadotes de la Revolución Francesa ¨.
Curioso resulta, asimismo, que
Pigna, cual indigenista, no condene en forma terminante y tajante a aquel
intenso odiador de indios y gauchos que se llamó Domingo Faustino Sarmiento.
Aquel que, en misiva a Mitre, le aconsejaba: "No trate de economizar
sangre de gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La
sangre de esta chusma criolla, incivil, bárbara y ruda es lo único que tienen
de seres humanos". El mismo Pacho O´Donnell reconoce que: ¨Sarmiento
estaba convencido de que no se podía construir un país a la europea, que era lo
que él entendía por "civilización", con los orilleros, los indios,
los gauchos, los mulatos, que eran los reales pobladores de nuestro territorio.
La gran incógnita de Sarmiento era cómo deshacerse de esa "chusma"[5].
La falsa dialéctica sarmientina de civilización o barbarie, sabemos, vinculaba
a los primeros con los estadounidenses y británicos y a los segundos con los
indios, gauchos y criollos. No obstante, nuestro Felipillo considera a
Sarmiento como el educador por antonomasia y ¨uno de los grandes pensadores de
la argentina¨[6].